Tal es el título de una excelente novela publicada en 1971 por el escritor norteamericano Herman Wouk (autor también de El motín del Caine). Wouk ubica su narración en el terrible escenario de la Segunda Guerra Mundial.
Para cuando se publique este texto, México habrá definido probablemente su posición ante la posible guerra contra Iraq, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
¿Cuánto no se ha escrito ya sobre el tema de la guerra? Lo primero, presentado en su forma más simple e individualizada aparece en el Génesis, con la historia de Abel y Caín.
Novelas dedicadas al tema, acuden a la memoria las más conocidas: “Guerra y Paz”, “Sin Novedad en el Frente” y claro, la epopeya clásica de la literatura occidental, “La Ilíada.” En ella Homero relata el asedio de Troya y aunque su acción transcurre durante el último año de los diez que duró la guerra, sólo nos relata los episodios consiguientes a “la cólera de Aquiles” o su riña con Agamemnón.
Guardando todas las distancias históricas y las proporciones políticas y literarias, podríamos decir que la humanidad de este año - 2003 - está a merced de “la cólera de Bush.”
Los griegos de Homero iban a la guerra para “ser”: La guerra era el lugar donde el hombre adquiría fama y gloria. Carlos Fuentes amplía esta visión: “La violencia de la tragedia antigua se presentaba como parte de la lucha ética de la humanidad: Somos trágicos porque no somos perfectos.” Seguimos siendo imperfectos, sólo que los motivos de la guerra no son en absoluto la “lucha ética” sino las reservas de petróleo, la idea peregrina de “activar la economía mundial” y la más aberrante y simplista, acabar con el “eje del mal” y el terrorismo.
Otra analogía interesante sería la cultura de la época; en la narración homérica es una cultura de transición y revela el paso del bronce al hierro. El hierro es ya bien conocido, pero se lo usa de preferencia para labores agrícolas y aún no se ha descubierto el arte de templarlo. Hay instrumentos de hierro, pero sólo en las más rudas formas: Hachas, azadones. En cambio, lanzas y espadas, que requieren filo o punta, son de bronce.
Tecnológicamente hemos avanzado muchísimo, hoy tenemos (más bien tienen ellos) fuerzas armadas industrializadas y cibernéticas, a tal grado refinadas que los misiles parecen tener voluntad propia. Esa resulta ser una enorme amenaza para la humanidad actual porque toda la industria dedicada a la producción de armamento hay que sostenerla, pero ¿por qué los países pobres debemos sufrir la consecuencia? ¿También hay que “pagar ese pato”?
Hay quienes entrelíneas perciben en la lectura de La Ilíada, que Homero “siente” que en la raza humana ha comenzado la decadencia, que los hombres no valen ya lo que valían sus predecesores.
En la actualidad, esa sensación sigue vigente; se diría que más bien se ha concretado y es palpable. Hasta el cansancio hemos oído las voces de alarma de intelectuales y humanistas (especies en franca extinción) que nos informan constantemente con estadísticas comparativas; la más frecuente, lo que gastan las naciones desarrolladas en armamento y lo que se necesitaría para dar atención médica o educación a los niños del tercer mundo. Ahora Carlos Fuentes (“En esto creo”...) nos aporta una versión más: “Las necesidades básicas de educación en los países en desarrollo son de nueve mil millones de dólares; el consumo de cosméticos en los Estados Unidos es por la misma cifra”. Otra: “Las necesidades de agua, salud y alimentación de los países pobres podría resolverse con una inversión inicial de 13 mil millones de dólares, cantidad que solamente en Europa se gasta en consumir helados”.
¿Podría pensarse en una muestra más concreta de la carencia total de ética en la humanidad actual? ¿No es esto muestra por demás suficiente de que la raza humana, cuya decadencia se percibe ya en las obras homéricas ha llegado muy bajo y que hoy, es evidente, más que nunca, el hombre no vale nada? ¿Cuántas generaciones más estará dispuesta a sacrificar la sociedad norteamericana en aras de la “paz mundial”?
En el prólogo a Los Vientos de Guerra, Herman Wouk dice al lector que el tema y objetivo de su novela se explican perfectamente en las palabras de un judío francés, el filósofo y escritor Julien Benda ( 1868 – 1937) : “La paz, si es que existe alguna vez, no se basará en el miedo a la guerra, sino en el amor a la paz. No será la abstención de un acto sino el haber llegado a un estado mental”.
No se vislumbra para nada ese estado mental. Ni en el cercano, mediano o largo plazo. Los escépticos dicen que no sabríamos reconocer la paz de no existir la guerra, de la misma forma en que la belleza destaca sobre la fealdad o el día contra la noche. Los opuestos se necesitan. Pero ser escéptico siempre es triste, sobre todo cuando el escepticismo no ofrece una alternativa positiva. Y más triste aún el colocarse la soga al cuello sin ninguna necesidad. La posición de México en el Consejo de Seguridad nos coloca en una disyuntiva de perder-perder, porque para donde se mueva, va a quedar mal.
Desgraciadamente vivimos regidos por la ley de la selva, las reglas las impone el más fuerte. El historiador Will Durant (Historia de las civilizaciones) dice que las sociedades son gobernadas por dos poderes: en tiempos de paz por la palabra, en las crisis por la espada. El tiempo de la espada ha prevalecido sobre la palabra y tal parece que mientras la palabra siga siendo hueca o la humanidad permanezca sorda, seguiremos a merced de “la cólera” y la espada de quien la sostenga.