Hace una semana en este mismo espacio hice algunas reflexiones sobre el apagón de Nueva York. Hoy haré comentarios sobre otro apagón: el de Lucero. Como es de todos sabido la actriz y cantante se encuentra en el ojo del huracán luego del escándalo protagonizado por un guardaespaldas desquiciado y una desafortunada reacción por parte de su patrona.
La crucifixión de la cual Lucero ha sido objeto ofrece una buena oportunidad para ver en movimiento la maquinaria que construye y destruye la reputación de los personajes públicos.
Los hechos son conocidos. Con motivo de la representación número 100 de la obra Regina los organizadores convocaron a la prensa del espectáculo al teatro San Rafael, de la Ciudad de México. La obra en realidad es mala, con un guión desorganizado y una puesta en escena sensiblera y empalagosa, dirigida al público de la televisión más que al de teatro. Con todo, las funciones solían gozar de una nutrida asistencia gracias al arrastre de Lucero, protagonista central de la obra. Con el festejo los organizadores pretendían difundir el éxito de la obra y, obviamente, asegurar público para las siguientes temporadas.
En este tipo de celebraciones la prensa suele ser la invitada de honor y con frecuencia al terminar la representación los reporteros y fotógrafos son invitados a subir al escenario a departir con los actores, hacer entrevistas y tomar fotos.
En esta ocasión se les cerró el paso, quizá porque la presencia de Lucero hizo que el equipo de seguridad diera un tratamiento más de concierto que de teatro a todo el evento. El equívoco provocó molestias y jaloneos entre guardias y reporteros. Y el jaloneo provocó el trastorno de Fernando Guzmán López quien inexplicablemente sacó un arma con la cual amenazó a los periodistas que le rodeaban. Se trató de una acción desproporcionada, temeraria e ilegal (el arma era de exclusivo uso del ejército).
Pero más inexplicable aún fue la reacción de Lucero, quien lejos de hacer un extrañamiento por el exceso de su guarura, tomó aviada y se lanzó a criticar los excesos de la prensa, como si ello justificase el hecho de ser encañonados. Los medios de comunicación acusaron la ofensa y esa misma noche la televisión y al día siguiente los periódicos exhibieron sin ahorrar espacio ni adjetivos “el crimen” de la artista.
Desde luego se trata de un error por parte de Lucero. Y no tanto porque hubiera dicho algo equivocado sino porque lo dijo en el momento menos oportuno. En efecto, la prensa es imprudente, crítica, morbosa y con frecuencia irresponsable frente a la privacidad de los artistas. Pero Lucero pudo haberse desahogado en otras circunstancias y no cuando sus reproches parecían la justificación para que un guarura amenazara con disparar a los reporteros.
Desde entonces la artista no ha tenido tregua. Al cierre de estas líneas Televisa todavía no había decidido si ella seguiría siendo la conductora central del Teletón, posición que ha desempeñado desde hace varios años. Funcionarios de TV Azteca han señalado que la vetarían para futuras participaciones (una declaración más simbólica que efectiva, toda vez que Lucero es artista de Televisa).
Más allá de los dimes y diretes, la frivolidad y la farándula, el escándalo permitirá observar desde la primera fila de butacas un interesante enfrentamiento entre la reputación hasta ahora impecable de una artista y la animadversión de los medios de comunicación.
¿Qué terminará por imponerse? ¿El patrimonio acumulado de años de devoción por parte del público o el bombardeo crítico de noticieros, programas televisivos de comentarios y periódicos?
En estos días la revista Día Siete publica un reportaje sobre los personajes más queridos de la escena pública, luego de una extensa consulta al público. Lucero ocupa el lugar número cinco en todo México (sólo detrás de Andrés Manuel López Obrador, Ana Guevara, Vicente Fox y Chabelo). La consulta se realizó antes del suceso en el teatro. Habría que ver cuál será el impacto final en la trayectoria de esta artista y su aceptación por el público.
Más allá de la aparente frivolidad de todo el asunto, se trata de una experiencia ilustrativa de los insondables caminos que conducen a la construcción de una imagen en la opinión pública. Los políticos y los artistas se devanan los sesos para imaginarse formas de asegurar una cobertura de medios de comunicación que les resulte favorable.
Todavía es aún más insondable la manera en que una determinada cobertura termina por construir una imagen en un sentido u otro en la opinión pública. Los políticos consultan expertos y contratan publicistas para pulir sus propuestas, mejorar sus corbatas, blanquear sus dientes y presumir sus ideas, pero terminan siendo víctimas de una frase desafortunada o de un chiste crítico ingenioso.
La lógica de la comunicación no siempre es lineal. Marta Sahagún, Hugo Sánchez y en su momento López Obrador, han sido objeto de “mala prensa”, por ejemplo y sin embargo sus niveles de aprobación son significativamente altos. Y viceversa, no siempre una cobertura amable asegura una imagen favorable por parte del público (por ejemplo es el caso de la percepción anodina que inspira Luis Felipe Bravo Mena, presidente del PAN).
Lucero había resistido flatulencias, venta de derechos de transmisión de su boda al mejor postor y una adolescencia transcurrida entre reflectores. Habrá que ver si su imagen es capaz de resistir el embate frontal de la prensa. (jzepeda52@aol.com)