Los matriarcados fueron los gobiernos primordiales de la sociedad humana y la bulbosa Diosa Blanca de la Luna Menstrual fue su primera deidad. El hombre ocupaba sus largas ausencias cazando y pepenando todo lo comestible y todo lo combustible en servidumbre del prodigio femenino de producir, ellas solas y sin ayuda aparente, nuevas criaturas humanas. Su entendimiento aún no deducía relación alguna entre sus espasmos nocturnos en brazos de su mujer y el nacimiento de una criatura nueve meses después.
Durante esas ausencias, la mujer, en ansia continua por la alimentación de su familia, fue descubriendo la fecundidad de las semillas y acabó por inventar la agricultura. Hubo una consecuencia terrible. Viendo la mujer el efecto fertilizante de la sangre en la tierra, sacralizó el misterio y estableció la costumbre de, periódicamente, sacrificar a un hombre en los campos labrantíos para propiciar con su sangre la fecundidad de la simiente y la tierra.
Esta situación se mantuvo operante durante los primeros milenios de la congregación humana hasta que sucedió lo inevitable. Debe haber sido algún hombre asentado entre las mujeres por alguna incapacidad o rareza, el que, haciendo cuentas y atando cabos, primero discernió que, sin la colaboración del hombre, la mujer no podía empreñarse. Entonces sí, ¡agárrense, viejas!, porque ahí cayó de su altar la Diosa del embarazo y no volvió a ver la luz del día hasta que unos arqueólogos descubrieron la primera “Venus” paleolítica (?) en Heidelberg o algún otro insólito lugar.
Así comenzó la virtual esclavitud de la mujer, que durante los siguientes milenios se volvió un simple objeto, jamás el sujeto, de situación alguna. Con las civilizaciones clásicas del Mediterráneo se presentaron los primeros casos de autonomía femenina entre algunas hetairas atenienses así como entre algunas matronas romanas prototípicas de la mujer moderna. Y tampoco faltaron mujeres de estatura heroica entre las aristócratas de la nobleza feudal.
En tropel me vinieron estos recuerdos de antiguas lecturas por la emergencia simultánea ante la opinión pública de dos figuras icónicas de la mujer política actual: Hillary Rodham Clinton en los EU y Marta Sahagún de Fox en México. Ambas tienen experiencia como primeras damas y ambas tienen posibilidades presidenciales en sus respectivas repúblicas. Sus recias personalidades polarizan radicalmente la opinión pública a su favor o en su contra. Las estadísticas en México le dan a MS una popularidad de 70 por ciento, un dato quizá debido a que nuestras encuestas no distinguen entre popularidad y “reconocimiento de nombre”. Mas aunque eso no implique popularidad alguna, a la hora de votar y a falta de más información, el simple reconocimiento de nombre podría influir a su favor (Dios guarde la hora) en el voto.
Marta nos informó que el poder sólo le interesa para impulsar “el proyecto del Presidente Fox”. Pero ¿cuál “proyecto”? ¿Qué clase de proyecto podrá tener un hombre que llegó a la presidencia de México y gobernó durante tres años sin enterarse de que la calumnia es un delito y no una forma de la libertad de expresión? Hoy por hoy, la ignorancia impera en Los Pinos, de lo cual no puede abstraerse Marta Sahagún.
Hillary, en cambio, licenciada en Derecho con altas distinciones académicas, representa el extremo opuesto a “la señora” Marta en cuanto a cultura y experiencia política. Tras ocho años en la Casa Blanca, fue electa senadora por el estado de Nueva York. Su libro de memorias, presentado recientemente en Nueva York, vendió 200 mil ejemplares el primer día. Parte de la demanda se debe al morbo, ya que Hillary no oculta las travesuras de Bill con Mónica Lewinski en la Oficina Oval. Ella niega todo interés presidencial: “En 2004 sólo me interesa seguir sirviendo al pueblo de Nueva York”. Los politólogos, en cambio, la ven como cosa segura para el 2008.
El contraste entre Hillary y Marta entristece: en ellas vemos el contraste entre su educación y la nuestra, su pueblo y el nuestro.