¿Habrá algún resolladero volcánico en el valle de México por donde se estén esparciendo nubes de tontaina? Porque de otra manera no se entienden las simplezas que se están viendo y leyendo en la capital.
Veo en la prensa una fotografía con una fila de hombres y mujeres desnudos haciendo cadena con los brazos, como una línea de bataclán, en el edificio del Congreso. Algo querían pedir o protestar ante el Legislativo que nada tenía que ver con encuerarse en público. ¿O será una promesa de pago en especie?
Fox también resultó afectado. El día después de la multitudinaria manifestación de los campesinos en el Zócalo, anunció a voz en cuello y en las primeras planas del país que “No hay crisis agraria”. En una competencia olímpica, ¿cuál ganaría: ésta o el “¿Y yo por qué?”. Dirá él que no hay crisis agraria porque el agro sigue igual que en los últimos siglos. En México la única agricultura que siempre ha prosperado es la ilícita: la marihuana y la amapola gomera. Y si se llegara a legalizar (cosa inconcebible por lógica), quizá también dejaría de ser negocio, sobre todo porque los laboratorios ya estarán produciendo sustancias similares superiores y a menos costo.
El agro se cocina aparte porque es imprevisible: depende del suelo, del cielo y de los vientos. Los mejores suelos se ensalitran y en cuanto al agua y los huracanes no hay más que encomendarse a Dios. Los agricultores del norte de Sinaloa con sus vastos distritos de riego, ni así la tienen segura. Con excepción de los ocasionales “años de oro” (generalmente cuando un huracán o una helada le haya dado en la torre a la competencia en Florida), la agricultura, por bien llevada que esté, sólo da para llevar una vida decorosa y crear un patrimonio respetable. En otras palabras, la crisis en el agro es crónica por ser inherente.
Técnicamente, lo dicho por Fox tiene cierta razón ya que la palabra “crisis” implica un derrumbe inesperado y eso no ha sucedido. Son las nuevas generaciones de campesinos que jamás han visto la suya las que protestan, blandiendo (desde Atenco) sus machetes. El único cambio sustantivo es que el número de los quejosos ha crecido por progresión geométrica: hay millones más de bocas pidiendo ayuda. De ahí que todos los gobiernos del Primer Mundo tengan su agricultura “blindada” con subsidios.
El agro mexicano tiene dos problemas adicionales de la más intratable índole porque ambos son religiosos: uno es la religión del ejido como símbolo inmarcesible y otro es la religión católica que prohíbe el control de natalidad. Como son las familias más necesitadas donde la Iglesia tiene su máxima influencia, los pobres siguen creyendo que es pecado no aceptar todos los hijos que Dios les mande. Aunque no los puedan mantener ni la Iglesia les ayude a ello. Entonces sucede lo inevitable: los que no alcanzan comida se van a la ciudad a formar los cinturones de miseria para que luego sus hijos vivan en las alcantarillas, donde ya se ponen a reproducirse ellos también y con quien se ponga.
Al escribir sobre este tema, confieso que me lleno de indignación contra ese hombre de buena voluntad que fue Lázaro Cárdenas. A él todavía le rezan los ejidatarios y lo veneran como un santo laico. Pero no es posible que “El Tata” no haya pensado en la sucesión y la reproducción irrefrenable de los descendientes. La repartición más extensa de tierras ocurrió en los años treinta, 1936 sobre todo. En los 67 años desde entonces, ha habido cuatro generaciones. ¿De qué le sirve la original parcela de 20 hectáreas a una sucesión de cuatro hijos, 16 nietos, 64 bisnietos y 256 tataranietos? ¿Soluciones? Una sería seguir lo iniciado por el Presidente Salinas: permitir el libre comercio de la propiedad agrícola, dejando atrás al ejido como un experimento fallido, que lo es, como lo demuestran las siempre más frecuentes y numerosas manifestaciones de campesinos. Sólo así se podrán obtener las extensiones y los capitales que requiere la agricultura moderna. Otra solución no se me ocurre.