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Lupa/Metamorfosis mazatleca

Antonio Haas

Del mirador de mi octava década, he visto dos transformaciones notables de Mazatlán. La primera ocurrió después de la II Guerra Mundial, cuando dejó de ser un pequeño puerto de alegre fama y comenzó a figurar como un destino turístico. Ese fue un cambio cuantitativo. La verdadera metamorfosis, la existencial, diríase hoy, ocurrió de rebote tras la serie de revoluciones juveniles ocurridas en los EU comenzando por la de los “jipis” y seguida por las del feminismo y los gays. Estos antecedentes acabaron con el estreñimiento de la mojigatería aldeana abriendo de par en par las ventanas a la inteligencia y la originalidad. En fin, así nos llegó el siglo XX a los mazatlecos.

No dudo en que existan docenas de casos similares en el resto de la República, pero hoy mi tema es Mazatlán, por lo cual me disculpo de antemano por las notas autobiográficas que me servirán de ilustración. Yo nunca tuve estudios formales en español. De niño tuve un preceptor inglés, y lo demás lo estudié en los EU. Por lo mismo, cuando regresé de Harvard a Mazatlán en 1949 caí como mosca en la sopa. Me encontraba excluido por mi obsesión con la cultura y las artes. ¿Cómo y cuándo, entonces, se verificaron los cambios de la segunda y verdadera metamorfosis de Mazatlán? Me refiero, claro, a los cambios de criterio y la sustitución de los aldeandos valores de antes por los supremos valores del humanismo que tan notablemente han cambiado el criterio de un número ya determinante de mazatlecos de peso específico.

La repuesta es muy sencilla. Antes, sólo quienes iban a estudiar Derecho, Medicina o Ingeniería, tenían estudios superiores. A nadie se le ocurría especializarse en tener una educación general, que es lo que yo hice en Harvard: “Humanities”, aunque mi diploma dice “General Studies”. Ahora abundan en Mazatlán jóvenes que han estudiado o están estudiando de todo, gracias en gran parte al Tecnológico de Monterrey: De ahí las apasionadas discusiones en la Plazuela Machado (ganglio cultural de Mazatlán frente a las Escuelas Municipales de Artes y las actividades del Teatro Ángela Peralta (TAP). En mis mocedades, la pura mención de un tema cultural era “un Iodex” que desbarataba cualquier bola.

La más reciente y jubilosa prueba de esta metamorfosis se desplegó el pasado viernes 28 de febrero en la presentación de Los Juegos Florales de Mazatlán de 2003 en el TAP, el cual, pese a los precios de entrada, se llenó de bote en bote. El programa comenzó con un homenaje a Lumiere, el inventor, del cine y un Charlie Chaplin, cauto, recorre el telón y se nos aparecen “El gordo y el Flaco” haciendo de las suyas, un grupo de flappers bailando el charlestón, y luego unos acróbatas de nivel olímpico ilustrando las acrobacias del jazz. Al iluminarse finalmente las enormes columnas de un templo egipcio se aparece, allá en lo alto, el trono de la reina, una Cleopatra mazatleca, Giovanna I, que trae en su atuendo la mitad del tesoro nacional. Ahí fue coronada por el poeta laureado Jeremías Marquínez. Este poeta fue novedad para mí, igual que el joven José Carlos Flores que recibió el primer premio de pintura “Antonio López Sáenz”. No así mi contemporáneo y amigo Jorge López Sáenz, ganador del Premio Mazatlán de Literatura por su “Antología de cuentos”, que, en los muchos otros gracejos de su muy ameno discurso, dijo que a pesar de vernos tan a la larga, piensa en mí cuantas veces va al super a comprar aguacates. Eso le granjeó lo primera carcajada de la noche, que a su vez abrió las compuertas de la risa y los aplausos.

Adiós ¡gracias a Dios! a las almidonadas composiciones de los mantenedores de antaño. Alegristas como Jorge López Sáenz son los que se necesitan como embajadores de la cultura a la raza. Y ni hablar del Coro del TAP, que dejó debidamente apantallados a mis amigos de la capital.

Yo creí que tan opulenta producción era rentada pero no. Los artistas tampoco: Todos eran estudiantes de las Escuelas Municipales de Arte (gracias a José Ángel Pescador), mientras la escenografía y las luces fueron creación de los empleados del TAP (gracias a Francisco Labastida Ochoa). Así fueran todos nuestros gobernantes.

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