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Lupa/Una predespedida

Antonio Haas

Como mi vida ya llegó a su fase crepuscular, me estoy sintiendo muy presionado por las páginas que debo escribir y aún no he escrito así como por ciertas decisiones que debo tomar y aún no he tomado. La lista es larga. Hay ciudades de las cuales me quisiera despedir, amigos y libros (concepto intercambiable) que quisiera ver y consultar una vez más y, desde luego, deudas humanas que se deben saldar.

El prospecto de tal tarea, combinado con un vértigo que llegó a quedarse sin aviso alguno y con un flagrante desprecio de médicos y medicinas, me ha producido un estado de hiperestesia muy curioso. Aunque un tanto alarmante por anormal, no es del todo desagradable. Al contrario: veo como iluminados mis paisajes cotidianos y les encuentro recovecos tan inesperados como encantadores a los productos del genio y el ingenio humano. Y como mis análisis de laboratorio proclaman un estado de salud que ya quisieran muchos cuarentones, no hay más explicación para mi nuevo repertorio sensorial que mis casi 960 meses ininterrumpidos de vida.

Sin embargo, las ganas de pensar no se me han quitado ni tampoco las ganas de escribir, aunque ahora ya quiero escribir de cosas más allá de la ignorancia de Fox ¡pobrecito! o del vandalismo edípico de Bush (esa invasión de Iraq para superar la hazaña de su padre habría deleitado a Freud). Mas a pesar de tal decisión, no puedo dejar de lado el reciente y admirable acierto de Fox al decretar la reducción del Impuesto Sobre la Renta, medida imprescindible, aunque parezca mentira, para aumentar la recaudación fiscal. El caso más reciente de los beneficios de este recorte fiscal es el de Irlanda, cuya recaudación aumentó 400 por ciento en el primer año. Pero para lograr una pujanza económica duradera, el Gobierno Federal tendrá que sacudirse las castrantes amarras ideológicas que paralizaron a los monopolios de energéticos abriendo a Pemex y la Comisión Federal de Electricidad a la iniciativa privada y una sana competencia, ya que en su condición actual no dan para más.

Esto no quiere decir que se vaya a “privatizar” el petróleo en sí, puesto que las condiciones de su explotación seguirán en manos del gobierno. En el caso de la CFE, ¿qué importa quién es el dueño de las plantas generadoras si se operan bajo un criterio legal debidamente nacionalista y social? Ya es tiempo de olvidar esos lemas idiotizantes tal “El petróleo es nuestro” y el colmo de “La luz es nuestra”, cuando ni una cosa ni otra alcanza para satisfacer las necesidades más urgentes del pueblo. (Al estar escribiendo esta oración, se fue la luz durante una hora.)

Claro que, a pesar de estar ya tan acedos, estos pendientes deben seguirse estudiando hasta que se resuelvan porque, si no, acabarán por hundirnos. Nunca ha faltado quién lo haga ni faltará en el futuro. Mientras tanto, yo pienso seguirme apareciendo en este rincón. Pero existe otro mayúsculo problema aún pendiente cuya resolución yo he estado promoviendo aquí desde hace más de un cuarto de siglo: la falta de democracia, o sea el traspaso del poder al pueblo. Ya quedó muy claro que la mera alternancia en el Poder Ejecutivo en poco o nada nos ha aproximado a una auténtica democracia simplemente porque ésta no se encuentra en el Poder Ejecutivo sino en el Legislativo. Es cierto que el pueblo puede elegir alguno de los diversos candidatos para diputados o senadores seleccionados por sus sendos partidos, pero mientras no podamos reelegirlos, el pueblo seguirá ajeno al poder. Solamente la opción de reelegir o no reelegir nos permitiría gobernar de una manera realmente democrática: reeligiendo al legislador eficaz y fiel a su mandato y mandando a su casa al que sólo se sirve a sí mismo.

Con la venia de nuestros editores (y del Gran Editor, ni se diga), yo seguiré platicando con ustedes en este espacio hasta el mes de octubre, aunque alejándome cada día más de actualidades y divagando sobre cosas como, por ejemplo, el origen fisiológico de la música: cómo el corazón nos da su cátedra de ritmos y las hormonas, de melodías. ¿Qué les parece?

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