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Arturo Brizio Carter

Hay preocupación en el medio futbolístico mexicano por las deficientes actuaciones de los árbitros en el presente Torneo Clausura que, en la jornada cinco, alcanzó niveles deplorables; sin embargo, es necesario dimensionar el tamaño del problema para encontrar soluciones que surjan del cerebro y no del hígado.

Es obvio que el grupo arbitral pasa por momentos de crisis provocada, fundamentalmente, por el olvido, la desatención y la falta de trabajo de su titular, Dr. Edgardo Codesal, durante cuatro años. En la actualidad y dado que su desempeño es de tiempo completo en la Federación al haber quedado desligado de la Confut y de FIFA, parece querer retomar unas riendas que dejó, indebidamente, en manos de subordinados mediocres e inútiles.

Se dejó de producir talento y los jueces se hicieron viejos obligando al retiro de algunos estelares y debutar precipitadamente a jóvenes sin el debido fogueo.

Otro problema es que la charla técnica semanal de los silbantes con sus instructores se ha vuelto el festival de la complacencia; se defiende a ultranza a quien se equivoca, se maquillan los errores y se vive en una especie de "isla de la fantasía" donde todo está de maravilla.

El grado de dificultad de los partidos también incide en esta problemática pues el jugador, en su mayoría, sale a la cancha a lastimar a su oponente y a engañar al árbitro; esto hace cada día más complicada la labor del colegiado, quien depende sólo de sus piernas, la vista y su personalidad para aplacar los ánimos y aplicar el reglamento.

Hoy se levantan voces clamando justicia, haciendo acusaciones temerarias y ensuciando con el lodo de la duda al grupo arbitral. Cuidado, mucho cuidado con lanzar denuncias que no se puedan probar o afirmaciones que sólo nacen del coraje o la impotencia de perder un partido por un fallo del juez.

Mesura debe ser la divisa en el análisis y la discusión; si alguien se equivocó de mala fe, sea dirigente o silbante que se le aplique una sanción ejemplar pero lo que no se vale es descalificar a toda una organización por el error de unos pocos.

Otro grupo de presidentes de clubes, quienes tampoco han hecho demasiado esfuerzo por elevar el nivel del arbitraje, exigen la cabeza del Dr. Codesal. No creo que esa sea la medida adecuada salvo, insisto, se pueda demostrar que en su encomienda el hábil galeno se haya manejado con deshonestidad o dolo, cosa que la verdad, dudo mucho.

Todo lo que pretenda desacreditar por dolor suena simplemente a venganza.

Colibríes fue desplumado en Monterrey con un trabajo sumamente localista del señor Hugo León Guajardo, pero eso no justifica las tronantes declaraciones de Gustavo Díaz Gracilazo y de Juan José Arrese, ambos directivos morelenses.

Afirmar que en sus yerros hubo dinero de por medio o que Codesal vende partidos parece, además de temerario, una desmesura.

Por el bien del futbol, siéntense presidentes y Comisión de Árbitros a buscar una solución, eso sí, de carácter urgente.

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