En silencio, con movimientos rítmicos, los muchachos esparcen sobre la sementera el abono traído de los corrales de las cabras. Me gusta el acre olor del sirre. Los académicos dicen que se llama "sirle", pero las cabras no hacen caso y siguen dando sirre con cotidiana asiduidad.
Contemplo la obra terminada. Los jornaleros, apoyados ahora en el mango de sus azadones para descansar, son una perfecta estampa de Millet. Estoy al mismo tiempo en el Potrero y en el Louvre. Don Abundio interrumpe mi contemplación:
-¿No le parece, licenciado, que el sirre y el dinero se parecen mucho?
-¿En qué? -pregunto yo.
-El sirre, si no lo usas y no lo distribuyes, es solamente caca. El dinero también.
Al escuchar aquello siento ganas de reír. Pero me contengo: la filosofía no es cosa de risa, sean cuales fueren las palabras en que se manifiesta.
¡Hasta mañana!...