Jean Cusset, ateo con excepción de la primera vez que vio “El Angelus” de Millet, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó.
-No hay maravilla más grande que nuestro mundo. En nuestro mundo no hay mayor maravilla que el hombre. Y del mundo del hombre la mayor maravilla son los niños. Cuando sé que los maltratan, que los hacen pasar hambre, que los explotan, los descuidan o los hacen ser víctimas de la injusticia, me indigno, me sublevo.
-En cada niño deberíamos ver a un enviado de Dios -siguió diciendo Jean Cusset-, y adorarlo como hicieron con Jesús todos los hombres, desde los más pequeños, los reyes, hasta los más grandes, los pastores. Cada vez que nace un niño el mundo entero debería alegrarse, pues cada nuevo niño es una promesa que nos hace Dios de que la vida seguirá.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!...