¡Qué hermosas se veían las teclas blancas en el piano! Su luciente marfil brillaba con el brillo de las perlas. Aquella blancura semejaba un campo de azucenas. En cambio, pensó el hombre, las teclas negras se veían muy mal. Así, determinó quitarlas. Y sucedió que el piano ya no sirvió más. Ninguna música se podía tocar en él, pues para hacer el milagro de la música se necesitan las notas que dan las teclas blancas y las notas que dan las teclas negras.Igual, hay quienes quieren que en la vida sólo haya teclas blancas. No conocen esa bella virtud llamada tolerancia; se niegan a admitir las diferencias entre los humanos. Quieren que todos pensemos igual, que todos creamos lo mismo. Quieren que nadie sea diferente a ellos. Pero todos somos necesarios para entonar el canto de la vida. Todos los hombres son mi prójimo, aunque no sean como yo. Mi voz, sin otras voces, es silencio. ¡Hasta mañana!...