Un samaritano iba por el camino cuando vio tirado en tierra a un hombre a quien los ladrones habían asaltado para robarlo.
El samaritano levantó al infeliz, y en su asno lo llevó a una posada. Le dio dinero al dueño del mesón a fin de que asistiera el peregrino y cubriera los gastos de su curación.
Pasaron unas semanas. Cierto día el samaritano viajaba por la misma comarca. Le salieron al paso los ladrones, y después de golpearlo le quitaron su dinero y sus vestidos y lo dejaron ahí tirado.
Maltrecho y dolorido, sin fuerzas ni aun para moverse, el desdichado esperaba que alguien acudiera a ayudarlo. Pasó un hombre y lo vio ahí tirado. Sin embargo no se detuvo; siguió su paso sin volver la vista.
Y dijo para sí con aflicción el buen samaritano:
-Estoy seguro de haber visto antes a ese hombre.
¡Hasta mañana!...