Hemos ido a la milpa y hemos cortado unos elotes. Después, en el fogón de la cocina, hemos cocido unos y hemos asado otros. Y luego, sin más adobo que la sal, los hemos comido en sencillo banquete familiar.
Cualquier intento de hacer la loa del maíz daría de bruces en la cursilería. Existe el riesgo de caer en un facilón mexicanismo. Eso si todavía en México se produjera maíz. No se produce ya, y casi todo el que comemos lo importamos. Pero estos elotes sí son nuestros, potrereños, y nos saben a la tierra, y al sol y al agua de nuestra comarca.
Con eso tenemos para labrar este perfecto instante de plenitud completa. En el platón, sobre la mesa grande, junto a un florero campesino lleno de dalias de colores, los elotes parecen una ofrenda a los dioses de la casa. En el humo que sale de sus hojas va el aroma del trabajo cumplido y del cumplido goce.
Elotes... ¡Qué rico manjar tan pobre! ¡Qué pobre manjar tan rico!
¡Hasta mañana!...