Por esta sola vez, y sin que el caso siente precedente, el señor Cantalarrana asume el papel de un político del antiguo régimen.
-¡Qué tiempos éstos! ?dice con enojo el señor Cantalarrana-. Antes nosotros mandábamos y el pueblo obedecía. Ahora, en cambio, nadie obedece porque nadie manda. Lo que necesitamos es una mano dura; alguien que nos imponga disciplina y orden.
En eso llega la esposa del señor Cantalarrana y le dice:
-He decidido que en vez de ir a la playa en Navidad iremos a ver a mi mamá.
-Está bien, mujer -suspira el señor Cantalarrana-. Está bien.
Luego continúa el hilo de sus meditaciones:
-¡Qué tiempos aquellos en que nosotros mandábamos y el pueblo obedecía! Nosotros sí que teníamos poder y determinación.
¡Hasta mañana!...