Es una lluvia sin ruido, mansa lluvia. Caen ahora las hojas del duraznero que tengo en mi jardín. El viejo tema de la caída de las hojas ha sido siempre una triste canción, un melancólico ritornelo de antiguas elegías que inducen a tristeza.
A mí no me apesara la caída de las hojas. El árbol dio sus frutos y se dispone a reposar para nacer después a nueva vida. Las hojas, que bebieron el aire, los jugos de la tierra, el claro sol, habrán de convertirse en tierra y subirán luego por las ramas del viento a otra radiosa claridad. Las hojas caídas no son muerte que se queda en muerte: son vida que retornará.
En el otoño, lo mismo que en la primavera este árbol mío querido, tan viejo ya y tan nuevo, reaviva mi fe y la fortalece. Si no escuchara yo la voz del duraznero quizá vería en la vida el anuncio de la segura muerte. Pero la escucho, y en la apariencia de la muerte contemplo entonces la certidumbre de la vida.
¡Hasta mañana!...