Dijo el poeta, campanudo:
-La poesía es más bella que la realidad.
Los dioses lo escucharon y determinaron darle una mujer conforme a la descripción que de la belleza femenina han hecho los poetas. La mujer que le hicieron tenía realmente cabellos hechos de oro; su frente era de verdadera nieve; en lugar de mejillas ostentaba dos rosas; por boca llevaba una fresa; en donde van los dientes tenía una hilera de redondas perlas; en la parte del cuello mostraba un pescuezo de cisne; los senos los constituían duras pelotas de marfil iguales que bolas de billar; en el sitio que debía ocupar la cintura había un tronco de palmera, y por pies usaba dos alfileteros.
Miró el poeta el remedo de mujer que se le destinaba y quedó horrorizado. Aquello era un adefesio, un montón informe de cosas disímbolas. ¿Qué iba a hacer con semejante monstruo?
Llorando reconoció que la poesía no es nunca más bella que la realidad. Luego, enjugando el llanto, pidió a los dioses que le dieran una mujer de verdad, aunque no fuera tan hermosa como la que describen los poetas.
¡Hasta mañana!...