Un creyente en Rama solía orar a su deidad. Para eso, conforme al rito de su religión, hacía sonar un tamborcillo durante largas horas.
Sucedió que un día el creyente miró a un pobre que fenecía de hambre y frío. Lo conmovió su miseria de tal modo que quiso remediarla. Pero no tenía monedas en su casa, y el pan apenas bastaba para su familia. Entonces el creyente fue al bazar y vendió su tamborcillo. Con el dinero que obtuvo compró una manta y pan para aquel pobre.
Allá en lo alto Rama vio lo que había hecho su devoto: convertir los ritos para el Dios del cielo en obras de bien para sus criaturas en la tierra. Y dijo el dios emocionado:
-¡Caramba! ¡Y yo que siempre creí que el tamborcillo no servía para nada!
¡Hasta mañana!...