El sábado pasado una larga procesión de comitivas de pueblos vecinos desfiló por el centro de Valle de Bravo, en el estado de México, con motivo de la fiesta del templo de San Francisco. Las comunidades de la región compitieron entre sí, para poner en escena el desfile más ocurrente y a la vez más prototípico del lugar. Las pintorescas calles se vieron inundadas de sucesivos contingentes que, orgullosos y coloridos, ostentaban atuendos estrafalarios, lejanamente emparentados con lo que alguna vez fueron sus trajes regionales.
Algunos portaban máscaras de diablos; otros mezclaban atuendos de lucha libre y comics con disfraces de brujos prehispánicos. Un pueblo presentó casi exclusivamente travestidos ojerosos y pintados. Pero el mayor éxito lo consiguió una comunidad que encabezó su procesión con una pareja de novios encaramados en una camioneta. El novio, en negro riguroso, portaba una máscara de Vicente Fox. La novia, vestida para el altar, era una aceptable réplica de Marta Sahagún. Sus acompañantes eran una especie de corte de los milagros formada por cuasimodos, payasos, travestidos y diablos. Los novios saludaban a diestra y siniestra a la concurrencia. Lo más interesante es que, pese a los chiflidos y algunas burlas, resultó evidente que la pareja, aun ridiculizada, constituía el elemento más poderoso del desfile e inspiraban una especie de fascinación no exenta de respeto.
Hace algunos meses escribí en este espacio- el paradójico efecto que ha provocado Marta Sahagún en la opinión pública mexicana. Si bien es cierto que entre las clases medias y altas se ha convertido prácticamente en un deporte criticar el provincialismo y la ambición de la consorte presidencial, por otra parte, los niveles de aprobación que obtiene en las encuestas masivas son innegables.
Seguramente que a lo largo de la semana las encuestas de Los Pinos corroboraron por enésima ocasión esta popularidad, porque el viernes pasado Marta Sahagún volvió a la carga para insistir en el hecho de que México está listo para tener una mujer presidente. En el seminario “Mujer, Liderazgo y Poder”, inaugurado ayer en la Universidad Iberoamericana, la Primera Dama afirmó: “Que nadie dude que la sociedad se está preparando para éste y muchos acontecimientos inéditos en el corto plazo”, dijo la Primera Dama (ojalá hubiera precisado que quería decir con acontecimientos inéditos). “No sabemos quién es, qué edad tiene, dónde trabaja ni cuál es su origen. Probablemente esté aquí, en este mismo foro...”
Yo soy de la opinión de que, en efecto, México podría tener una presidenta. Ha sucedido sin mayor problema en sociedades tanto o más tradicionalistas que la nuestra (India, Nicaragua o Panamá, entre otros muchos casos). Por otra parte, en las entidades federativas en las que ha gobernado una mujer el balance no ha sido desfavorable (un buen ejemplo de ello fue la administración de Beatriz Paredes en Tlaxcala).
El tema de fondo no es el sexo del funcionario sino las capacidades que le adornen. En la formación del gabinete de este sexenio Fox cometió un error en su afán de incrementar el número de mujeres entre los titulares de las secretarías. Turismo, Reforma Agraria, Sedesol y Cultura fueron carteras otorgadas a damas que en pocos casos reunían la experiencia y la capacidad para desempeñar su responsabilidad. Da la impresión de que en el ánimo de Fox (y Marta) pesó más el deseo de equilibrar sexos que el propósito de encontrar a la persona idónea. El resultado es que las dos primeras ya renunciaron (Turismo y Reforma Agraria) y la de Cultura ha vivido en una crisis de legitimidad permanente. Mi cuestionamiento no reside en que los titulares de esas dependencias hayan sido mujeres, sino que hayan sido esas mujeres. Es un hecho que la mujer ha vivido una sistemática discriminación en nuestra sociedad. Debemos desmontar desde abajo los mecanismos y las actitudes machistas que limitan las posibilidades de la mujer. Pero sería lamentable que intentásemos corregir el desequilibrio con una discriminación de signo contrario que intente favorecerlas, desde arriba y por motivos en las que predomine el género, con responsabilidades públicas cuyo costo pagamos todos.
Mi segunda objeción tiene que ver con el caso concreto de Marta Sahagún. La designación de su biógrafa Sari Bermúdez como responsable de la Cultura del país permite anticipar lo que podría suponer un gobierno de la pequeña michoacana. Pero independientemente de sus cualidades y defectos, creo que la búsqueda de una candidatura presidencial de su parte inflingiría un grave daño al país. Tomó una revolución y un millón de muertos alcanzar el sufragio efectivo no reelección y una crisis económica brutal desarticular los afanes transexenales de Salinas, para que ahora un grupo quisiera apostar al continuismo.
Personalmente creo que las ambiciones de Sahagún son un despropósito. Quizá sólo buscan, como en el caso de Jorge Castañeda, constituirse en un factor político que sume o reste a otras fuerzas, con capacidad de negociación e influencia en la arena política. Ojalá. Sería difícil que la popularidad anónima de la que goza lograra imponerse a la clase política profesional al grado de obtener una candidatura por parte de algún partido político que se precie. Sin embargo, ahora y en el pasado, la Señora Fox ha dado suficientes muestras como para no cometer el error de subestimarla. En suma, bienvenida una mujer en la presidencia, sólo esperamos que no sea alguien que represente una reelección disfrazada.
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