En meses recientes el Presidente Fox y algunos miembros de su gabinete han expresado su preocupación por el repunte en la tasa de desempleo abierto en el país. El problema ocupa titulares y motiva declaraciones de diversos funcionarios públicos, que van desde tropiezos verbales hasta afirmaciones ingenuas. Más allá de las anécdotas sobre las ?soluciones? propuestas para superar esta dificultad, conviene hacer algunas reflexiones sobre el tema.
En primer lugar, la cifra sobre desocupación que publica el INEGI no es comparable a la de los países industrializados. Estados Unidos y los países europeos registran tasas de desempleo muy superiores, en algunos casos de más del doble que la reportada por nuestras autoridades. Estas grandes diferencias se deben, esencialmente, a que el concepto de desempleo usado en México es distinto al utilizado en otras naciones. Si se definiera la desocupación en nuestro país de manera idéntica a la que existe en las economías desarrolladas, los números sobre el desempleo serían superiores.
En segundo término, llama poderosamente la atención la ligereza y superficialidad con la cual es abordado un problema tan serio como el desempleo. Mencionar que la situación por la que atraviesan los desempleados podría mejorar si éstos mostraran un poco más de iniciativa y buscaran cómo establecer su propia fuente de trabajo es, por un lado, invitar a la informalidad y, por el otro, desconocer la esencia de los ciclos económicos.
En tercer lugar, nuestras autoridades enfocan el problema del desempleo como si fuera algo ajeno a las políticas que aplican y a la ausencia de avances en los cambios estructurales urgentes, dentro de las que destaca, para estos efectos, la reforma en la ley que permita flexibilizar el mercado laboral. Basten al respecto dos ejemplos.
El primero se refiere a la propuesta del Ejecutivo, y su aprobación posterior por parte del Congreso, para la introducción de un Impuesto Sustitutivo del Crédito al Salario en la Ley de Ingresos para el presente año. Esto encareció el costo de la mano de obra, con el resultado obvio de desalentar la creación de puestos de trabajo y hasta reducir los existentes, dada la fase descendente actual del ciclo económico.
El segundo ejemplo es la vigencia de los contratos ley en las relaciones laborales, un esquema obsoleto que rige aún en varios sectores importantes de la actividad económica de México. Entre ellos destacan las industrias alcoholera y azucarera, la industria textil, la industria llantera y del hule, la industria de la radio y la televisión, etcétera. Con este tipo de ordenamientos, que no existen en la mayoría de países con los cuales compiten nuestras empresas, no sólo no se crean nuevos empleos permanentes, sino que se eleva la desocupación ante la imposibilidad de esos negocios para competir exitosamente con las empresas de otras naciones. En algunos casos, como la industrial llantera, las presiones sindicales han sido lo suficientemente grandes como para prácticamente desaparecer ese sector en nuestro país.
En cuarto lugar, el Presidente Fox no se percata de las contradicciones que existen en muchas de sus intervenciones sobre temas económicos. Una de ellas, en particular, consiste en su preocupación, por un lado, por el alza en el desempleo; y, por el otro, el triunfalismo con el que festina con frecuencia el aumento significativo en los salarios reales (manufactureros) que, en las condiciones actuales de escaso dinamismo económico, han excedido los incrementos en la productividad en nuestro país. En dicho contexto, no debe extrañarse que el nivel del empleo (el volumen o cantidad de mano de obra demandada) disminuya como una consecuencia económica elemental de un alza en su precio. Pretender en estos momentos una mejoría notable en las remuneraciones sin que ello repercuta en una disminución del empleo es, en la más benévola de las interpretaciones, una ingenuidad.
No es necesario, por tanto, entrar en los detalles numéricos para concluir que un alza importante en el empleo y una disminución sostenida de la desocupación tomarán bastante más tiempo del que quieren hacernos creer las autoridades. No hay alternativa. Una reducción sensible de la desocupación ocurre, por lo general, después de que se consolida el proceso de recuperación de una economía y es más dinámico entre mayor sea la flexibilidad del mercado laboral y menores las trabas institucionales para la contratación y despido de personal.
En México existen demasiadas rigideces laborales, que junto con los costos que impone el gobierno a la creación de nuevas plazas de trabajo, son una invitación a impedir, o cuando menos posponer, la generación de empleos. Nuestras autoridades, en vez de mejorar las perspectivas del empleo, las ensombrecen aún más cuando aumentan el número de requisitos y regulaciones para abrir un negocio, así como cuando limitan innecesariamente la participación del capital privado nacional y extranjero en diversas actividades o sectores productivos.
Todos aquellos que dicen estar preocupados por revertir la tendencia creciente del desempleo y mejorar el ingreso de los trabajadores, tienen que convencerse de que para lograrlo necesitan hacer esfuerzos concretos y drásticos para eliminar regulaciones que desalientan la inversión y la creación de nuevas fuentes de trabajo, así como instrumentar las reformas estructurales que atraigan crecientes flujos de inversión nacional y extranjera que permitan a nuestra economía recuperar lo más pronto posible un crecimiento económico robusto y sostenido.
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