Cada vez observamos a más personas que desgraciadamente han perdido el entusiasmo por la vida. Son muchos los que dejaron de maravillarse por el increíble don de vivir. Las prisas, el ruido y las preocupaciones no les permiten darse cuenta que la vida en sí misma merece ser vivida con intensidad, pero al mismo tiempo con agradecimiento.
Una gran cantidad de hombres permanecen largas horas en silencio cuando llegan a casa, se vuelven serios, pierden el sentido del humor, y la misma familia los tacha de aburridos. Si ya están pensionados, desperdician su tiempo en casa tomando bebidas embriagantes y dejan a los hijos mayores la responsabilidad que aún no les corresponde.
Es importante conservar todos los días un auténtico sentido del entusiasmo, recobrar las ganas de vivir y dejar de ver la vida como una carga que se nos impone. La vida es hermosa, pero también es complicada y sobre todo corta. Estaremos aquí por un momento y después desapareceremos de este mundo. ¿Por qué desperdiciar ese hermoso don de la vida permaneciendo inconformes, irritados o tristes?
Podemos tener éxito, logros, dinero y reconocimiento, pero si no apreciamos la vida y sentimos pasión por vivirla, nada de eso tendrá valor. Cuando sentimos hambre y se nos ofrece un exquisito caldo de verduras, preparado con todos los condimentos que nos agradan, mientras lo vemos humeando en el plato, antes de tan siquiera probarlo, es importante dar gracias a Dios. Lo mismo deberíamos hacer cuando saboreamos la primer fruta de nuestro árbol; cuando las nubes descargan esas gotas de agua que tanto esperamos y cuando escuchamos el latir de nuestro corazón.
Recordemos diariamente lo afortunado que somos al estar vivos. Lo que significa despertar cada mañana y tener otro día para vivir. Algún día no será así, y mientras ese momento llega, vivamos como si fuera el último. Sin lugar a dudas, en el marco de la eternidad, este es nuestro tiempo, el único del cual disponemos. No habrá otro, y por lo tanto aprovecharlo al máximo sin olvidar los principios de la ética, es nuestra obligación.
Conforme pasan los años, podemos volvernos más intransigentes e intolerantes con la gente y con los sucesos de la vida, pero sería mejor cambiar nuestra manera de ser, convirtiéndonos en personas pacíficas. Al estar tranquilos y en paz con Dios, podemos enfrentar mejor los problemas y complicaciones que diariamente se nos presentan.
Nuestra vida jamás estará libre de conflictos. Sin embargo, hay mucha diferencia entre manejar un problema y permitir que éste nos maneje. Frecuentemente nos veremos en la necesidad de ceder, conformarnos con menos, o resignarnos a perder lo que anhelamos, pero eso no significa que permaneceremos tristes, abatidos o estresados por el resultado obtenido.
Una manera bastante efectiva de darle felicidad a nuestra vida es preocuparnos por otras personas que sufren al tener algún problema. “Ante la imposibilidad de hacer cosas grandes -nos decía la Madre Teresa de Calcuta- hagamos cosas pequeñas, pero con un gran amor’’. No es posible escuchar, ver o leer las noticias donde se mencionan asesinatos, catástrofes naturales o guerras, que producen sufrimiento a la humanidad, y permanecer indiferentes. A pesar de la distancia donde acontezcan y de la frecuencia con que se den estos sucesos, no nos acostumbremos a ellos, hagámonos solidarios con los seres que sufren y también con los que lloran. Todos los días existen cientos de oportunidades para poner en práctica la compasión. Mientras más compasión entre a nuestro corazón, más felices podemos llegar a ser.
Está comprobado que las personas generosas disfrutan el éxito que tienen otras, dan a conocer a los demás sus capacidades y talentos para que se superen, están dispuestas a compartir el crédito por algún logro o a hacerse a un lado cuando alguien más lo merece.
Hay hombres y mujeres valiosos que permanecen siempre al pendiente de algún problema que llegue a tener su familia. Se convierten en ángeles que dan consejo y apoyo en caso de necesidad, y son los primeros que se presentan para ofrecer ayuda desinteresada cuando el dolor asoma su rostro.
Las personas generosas son siempre agradables y respetadas. En cambio una persona egoísta constantemente se encuentra en conflicto con el mundo; todo debe ser a su manera, y de no ser así, se siente molesta. Piensa que las demás personas están en su contra o que ambicionan sus cosas, por lo que crea un entorno defensivo. Vive con gran angustia y temor, y está siempre en una actitud vigilante.
Muchas personas se tardan años en darse cuenta que el don de la vida es un verdadero milagro. Simplemente el poder pensar, caminar, respirar, escuchar y ver, es un milagro. La vida es demasiado preciosa para no valorarla. No sabemos cuánto tiempo más permaneceremos en este mundo, no sabemos si serán veinte años, diez o cinco, tal vez unos meses o tan sólo unas horas. ¿Quién lo sabe? Admitir que desconocemos cuánto tiempo nos resta, resulta una experiencia liberadora que pone muchas cosas en perspectiva y recuerda qué cosas son las verdaderamente importantes. Reflexionar de esa manera mejora la calidad de nuestra vida y nos permite estar bien con Dios.
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