(Un testimonio de vida)
El mes pasado tuve la oportunidad de conocer la obra del padre David Estala Silva, la cual me dejó verdaderamente impresionado. Este sacerdote Diocesano nació en ciudad Lerdo hace 65 años e hizo sus estudios religiosos en la capital del Estado de Durango.
Hace treinta años, trabajando en los grupos de Pastoral Juvenil, cuando transitaba por la carretera cercana a Torrecillas, después de un retiro espiritual, se volcó su camioneta. Como consecuencia del percance, se lastimó la médula espinal y quedó totalmente paralizado de la cintura para abajo. Desde ese día usa silla de ruedas y conoce de cerca lo que significa el sufrimiento humano.
Experimentó desde aquel terrible accidente, un llamado muy especial que le hizo Nuestro Señor Jesucristo. Un llamado misterioso que transformó su vida poniéndola al servicio de los más pobres entre los pobres y de los más enfermos entre los enfermos. Es así como fundó hace siete años "La Casa Teresa de Calcuta", en memoria de aquella religiosa yugoslava que dedicó su vida entera a los más desprotegidos del mundo y nos enseñó que el amor verdadero se demuestra con hechos.
Acompañado por un grupo de amigos, llegamos a la vieja casona, que fue donada hace varios años por don Salvador Álvarez, y que se encuentra enclavada más allá del sector Alianza en la ciudad de Torreón. Lo que deseábamos experimentar esa mañana de domingo era el gran amor de Dios que se manifiesta en todos aquellos seres humanos que despreciamos por ser pobres y estar enfermos.
Cuando llegamos, nos dimos cuenta que el padre Estala, en silla de ruedas, estaba oficiando con mucha devoción la Santa Misa acompañado de los huéspedes distinguidos que alberga en “La Casa Teresa de Calcuta’’: ciegos, paralíticos, cuadripléjicos, ancianos de más de noventa años, trastornados mentales que además son sordos y gritan mucho, personas adultas de casi dos metros de alto que tienen mentalidad de niño.
La gran mayoría de ellos, los que pudieron pararse o llegar en silla de ruedas, participaron con fervor de la ceremonia religiosa. Cuando llegó la hora de la Comunión, miré aproximarse para recibirla a tres invidentes que se abren paso con un bastón. Ellos acuden diariamente al DIF para aprender a leer con el sistema Braille. Al terminar la misa, recorrimos algunas de las recámaras donde se encuentran recostados los más ancianos, aquellos que ya no tienen fuerzas para levantarse. Uno de ellos -el más amolado de todos- se sonrió al vernos y levantó la mano temblorosa para saludarnos. Faltando a la caridad, lo saludé únicamente de lejos y en esos momentos comprendí que todos deseamos participar del banquete, pero no queremos lavar los platos sucios. Me entristecí al reconocer mis miserias espirituales y al darme cuenta que lo que el padre Estala estaba haciendo... no cualquiera lo hace.
Cuando le pregunté al padre Estala ¿de qué viven sus enfermos? Me contestó que ellos viven de puro milagro. Y en verdad así es. Una señora muy caritativa les regala comida los domingos. Y una maquiladora les obsequia los alimentos de lunes a jueves. Los demás días, es la Divina Providencia la que se hace presente. El sueño más grande que ahora tiene el padre Estala es invitar a un grupo de religiosas de la caridad, que fundara la Madre Teresa de Calcuta, para que se ocupen de sus enfermos cuando él ya no se encuentre en este mundo. Monjas que los traten bien, que los quieran y se preocupen por su bienestar. Al iniciar su Apostolado -hace varios años- le dijo en voz alta a Nuestro Señor Jesucristo: “Si quieres que esto funcione, hazte cargo’’. Y el Señor ha cumplido...
No conforme con todo esto, el padre ha fundado en un área aparte, pero cercana, “La Casa Paterna Divina Providencia’’, en la cual alberga a 38 niños pobres que se encuentran en grave riesgo de perderse por el alcoholismo o la drogadicción de sus padres.
De todos ellos cuida con amor y esmero la tía Martha, que se ha consagrado al servicio de aquellos pequeños que no tienen una casa en donde existan valores espirituales. Para la manutención de estos niños, no tiene ingresos fijos. Los vecinos le regalan objetos varios y algunas familias los transforman en dinero haciendo un bazar cada determinado tiempo.
Cuando le pregunté ¿qué otra cosa hacía? el servidor de Cristo me contestó que es padre Espiritual de los Seminaristas. Diariamente acude al Seminario desde las 5:30 de la mañana y regresa a las 11 A.M. y por las tardes de cuatro a ocho P.M. Todo ello le permite tener una entrevista mensual con cada uno de los seminaristas para darse cuenta de sus inquietudes y conocer la fuerza de su vocación.
Transmite espiritualidad a sus muchachos y les pide que tengan un proyecto de vida para que no se extravíen. Dedica diariamente dos horas y media a la oración y no le teme a la muerte. Llora al descubrir la nobleza de las personas, y afirma que muchas de las veces no queremos escuchar la palabra de Dios porque no nos conviene.
El reverendo David Estala, que siempre ha vivido pobre, me comentó algo que yo no recordaba. Me dijo que hace más de cincuenta y cinco años, su papá trabajaba de jardinero en la huerta de mi padre, y que él siempre lo acompañaba. Siendo niños, nos hicimos buenos amigos, jugábamos corriendo descalzos entre el agua de la acequia y gozábamos cortando los racimos generosos de uva sin semilla en los andadores cubiertos de parras.
Me comentó también que cuando mi madre me enviaba al colegio Josefino, yo me iba llorando porque quería seguir jugando con David. Al ver esto mi padre, tomó la determinación de pagarle también los estudios para ir juntos al mismo colegio. ¡Si mi padre supiera que el pequeño David es ahora sacerdote, le hubiera dado mucho gusto haberlo encauzado de esa manera!
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