Un grave problema están viviendo algunos jóvenes en la actualidad. A pesar de que tienen toda la vida por delante, se les ve inconformes y desorientados, como que no saben a qué han venido a este mundo. La mayoría carece de ideales y no se han fijado metas que puedan cumplir. Muchos de ellos van a la escuela, al colegio o a la universidad, únicamente porque sus padres se los han impuesto, pero no tienen en su espíritu el coraje y el impulso necesario para obtener los primeros lugares y llegar a lo más alto de la cima.
También se observa a un gran número de adolescentes que pierde el tiempo. Durante el día, su mente está concentrada en cosas intrascendentes. Abundan las jovencitas de doce o trece años que “por amor’’ están dispuestas a entregarse a su compañero de barrio. Seres humanos descontrolados, que al ver el más mínimo detalle que no les sale bien, intentan privarse de la vida.
Los jóvenes conservan en su corazón una gran cantidad de resentimientos: contra las autoridades, contra los maestros, contra los padres, contra el mundo en general, pero el más importante de todos, es el resentimiento que sienten contra ellos mismos.
Se trata de un sentimiento negativo que se forma al tener un vacío muy grande que únicamente Dios lo puede llenar. Para conseguirlo, deberán interesarse en las cosas de Jesucristo, encontrarle sentido a la vida, trazarse ideales que puedan cumplir a pesar de que les cueste sudor y sangre, y ser muy exigentes con ellos mismos.
Hace dos mil años, había un numeroso grupo de discípulos, que sin pertenecer al círculo de los Doce, llegaron a formar una categoría especial entre los oyentes y amigos de Jesús, siempre dispuestos para lo que el Maestro los necesitase. De éstos que le seguían a todos lados, el Señor designó a setenta y dos para que fueran delante de Él, preparando las almas para la llegada de Cristo.
Y les dijo: “La mies es mucha y los obreros pocos’’. Si invitáramos a todos los jóvenes que permanecen espiritualmente desocupados para que se transformen en discípulos incondicionales de Jesucristo, encontrarían una verdadera razón de vivir, porque en la actualidad, el campo apostólico es inmenso: países de tradición cristiana que es necesario evangelizar de nuevo porque han perdido la fe que tenían y de la cual se sentían orgullosos; naciones que han sufrido durante años la persecución religiosa y que necesitan nuestra ayuda; continentes en los que florecía el cristianismo y que ahora están sometidos a dura prueba por el ateísmo.
Sociedades enteras que se dejan llevar por el materialismo y han desechado por completo los mandamientos de la ley de Dios. El Papa Juan Pablo II acaba de pronunciar al respecto las palabras más duras que le he escuchado en los últimos meses, nos ha dicho: “El hombre sufre una grave apostasía y vive como si Dios no existiera’’. Recordemos que apostasía es la acción de abandonar públicamente la religión que se profesa. “La mies es mucha, y los obreros pocos’’.
Ahora es tiempo de esparcir la semilla divina y también de cosechar. ¡Pobre de aquél que teniendo tanto trabajo espiritual por desempeñar, se dedica a vegetar! Este es el momento de transformar el mundo con las armas de la fe, de la caridad y de la esperanza, intentando dejarlo un poco mejor de como lo encontramos al llegar a Él. Con la fuerza del espíritu y nuestra terquedad, podemos modificar nuestra manera de ser, la de nuestra familia, la de los amigos y la de los compañeros de trabajo.
Ahora más que nunca se necesitan apóstoles de Jesucristo, que sean alegres, fieles a la doctrina de la Iglesia y que busquen la santidad a pesar de sus defectos y limitaciones. Para los que se encuentren dispuestos a conseguirlo, abran hoy mismo su corazón y sigan al Señor por el camino estrecho que conduce a su Viña. “Para la mies abundante -comenta San Gregorio Magno- son pocos los obreros, cosa que podemos decir con gran tristeza; porque si bien no faltan los que oyen las cosas buenas, faltan sin embargo quienes las difundan’’.
El Señor quiere servirse ahora de nosotros, como lo hizo en aquella ocasión con quienes le acompañaban y después con todos aquellos que le han querido seguir de cerca. ¡Qué honor tan grande es servir a Jesús, sobre todo ahora en que son tantas las ideas equivocadas que se pregonan! Cada quien opina de un modo diferente sobre temas importantes de doctrina y de fe, la ignorancia predomina y de esa manera se va contaminando el mensaje que en sus orígenes se encontraba apegado a la verdad.
El Señor nos ha destinado para que vayamos y demos fruto. El apostolado consiste en manifestar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos, esa caridad con la que nos ama el Señor y con la que quiere que amemos a todos. El cristiano será apóstol en la medida en que sea amigo de Dios y viva esa amistad con quien se encuentre cada día en su camino.
Para conseguirlo, no debemos guardar rencor en nuestro corazón. Esto no quiere decir que nunca tengamos diferencias con los demás, sino que de tenerlas, las manifestemos sin aire de agravio, sin poner en duda la buena fe de las personas, sin atacarlas y sin hacerlas quedar en ridículo a pesar de que nosotros tengamos la razón.
En la Biblia se nos dice: “No tengan miedo’’; pero todos sabemos que muchos jóvenes se mueren de miedo. Simplemente mirar el futuro les atemoriza, ven el panorama oscuro y nada hacen para destruir los obstáculos que se les presentan. Cuando el Señor sea su Señor, cuando el Padre sea su Padre, y cuando Dios sea verdaderamente su Dios, ¿a quién le temerán? ¿quién podrá hacerles daño? ¿quién les impedirá superarse?
En los últimos años ha surgido en varias partes del mundo un programa dirigido especialmente para los jóvenes. Se trata de un movimiento que impulsa la abstinencia sexual hasta que llegue la hora de su matrimonio. “La educación en la abstinencia tiene mucho valor al promover una alternativa viable a la actividad sexual’’, puede reducir los riesgos de embarazo imprevisto entre los adolescentes y las enfermedades de transmisión sexual. Ayuda a los jóvenes a entender y evitar los riesgos del sexo prematuro, desprotegido y desinformado, otorgándoles una mayor espiritualidad que es indispensable para evitar el vacío que frecuentemente sienten en su alma.
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