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Más Allá de las Palabras / La Virgen de Schoenstatt

Jacobo Zarzar Gidi

José Kentenich -fundador del movimiento que tiene por objetivo la devoción a la Virgen de Schoenstatt- nació el 18 de noviembre de 1885 y al día siguiente fue bautizado en la parroquia de San Cuniberto. Su padre tomó parte en la guerra de 1870-71 formando parte de la elite de la caballería alemana. Su madre, Catalina, pertenecía a una buena familia de campesinos. Era una mujer piadosa y particularmente devota de la Virgen María. A ella le había consagrado su hijo, aún antes de nacer.

Se recuerdan varias anécdotas interesantes de sus años de infancia. Dos veces estuvo en peligro de muerte. En cierta oportunidad, una vaca enfurecida levantó con sus cuernos la canasta en la cual descansaba el pequeño José, arrojándola al aire, en dirección a un pequeño arroyo adyacente. En otra ocasión, a los tres años de edad, jugando a las escondidas, cayó en un pozo con agua. La rápida intervención del abuelo salvó su vida.

A los once años de edad, recibió dos Sacramentos: la Comunión y la Confirmación. Aún no había cumplido los catorce años, cuando ingresó al Seminario Menor de los Padres Palotinos. En dicha casa eran educados los futuros misioneros destinados a trabajar en las tierras que Alemania peseía en Camerún (África).

En su camino al sacerdocio, el seminarista José Kentenich estaba convencido que el Señor llama y seguirá llamando a los jóvenes para que lo sigan, dejándolo todo. No se trata de una elección humana, sino de un designio divino: “No sois vosotros quienes me habéis elegido, sino que Yo os he elegido’’ (Juan 15, 16). Al hombre le corresponde, muchas veces en la oscuridad de la fe y contrariando sus sentimientos, responder a esa llamada suave e imperiosa, fuerte y respetuosa de la libre decisión humana, que exige y también da la gracia.

En el caso de José, siempre existió una fortísima tendencia hacia Dios, hacia lo eterno. Dios lo había elegido y lo había elegido así. Sin embargo, hasta encontrar el punto de equilibrio entre lo sobrenatural y lo natural, entre lo humano y lo divino, esa acentuación sobrenatural tan marcada, iba a causarle una larga y profunda crisis.

El 24 de septiembre de 1904, al recibir el hábito de la sociedad palotina, comenzaba su noviciado en Limburgo, una bella ciudad medieval, enclavada en unas prominencias rocosas, sobre el río Lahn. El noviciado es un tiempo de recogimiento, de silencio, de oración, que lleva a los novicios a un profundo conocimiento de sí mismo y de la vocación que se quiere abrazar. A lo largo de toda su vida, el padre Kentenich será el gran enamorado de María: en ella encontró, no sólo la solución a su crisis existencial, sino también una pieza clave en la estrategia de Dios para superar la crisis actual de la humanidad.

El ocho de julio de 1910, el Vicario Apostólico del Camerún, impuso sus manos sobre José Kentenich, haciéndolo sacerdote para siempre. Al terminar sus estudios de teología, fue nombrado profesor de latín y de alemán en el Seminario menor de los padres Palotinos. El padre Kentenich se consideraba no sólo profesor, son también educador. Por ser algo innato en él, percibió en la tarea recibida una posibilidad de realizar aquello que consideraba su misión: “Crear el hombre nuevo, que no depende de frases venidas de afuera, capaz de decidirse por sí mismo, que sabe recorrer su camino, libre de toda compulsión externa’’.

Buscó el diálogo y la participación activa de sus alumnos, educándolos para la autonomía en el pensar y el actuar. Fuera de clase no tenía mayor contacto con sus alumnos, pues aprovechaba su tiempo libre ayudando en parroquias vecinas. Tenía predilección por aquellos laicos más necesitados, por los que estaban más alejados de Dios. En el joven sacerdote de 26 años ya podemos percibir uno de los rasgos que marcarán toda su vida sacerdotal: ser un reflejo del amor misericordioso de Dios Padre frente a la debilidad humana.

Hombre de principios, buscaba en todas las cosas el plan de Dios. Su aguda sensibilidad sobrenatural le hacía detectar en los acontecimientos y circunstancias ordinarias de la vida la manifestación de la voluntad divina, a la cual, una vez descubierta, se entregaba totalmente.

El 27 de octubre de 1912, el padre Kentenich enunció el gran objetivo del Movimiento de Schoenstatt que consiste en la formación del hombre nuevo en la comunidad: “Bajo la protección de María queremos aprender a educarnos a nosotros mismos, para llegar a ser personalidades recias, libres y sacerdotales’’.

Esto significa poder resistir la presión del medio ambiente para poder tomar decisiones y tener la fuerza suficiente de realizarlas. Proponía que el grado de nuestro avance en la ciencia debe corresponder al grado de nuestra profundización interior, de nuestro crecimiento espiritual. De no ser así, se originaría en nuestro interior un inmenso vacío, un abismo profundo, que nos haría desdichados sobremanera.

Para el padre Kentenich, el poder de las tinieblas es una fuerza maligna que siempre nos acompañará. Cristo, el Señor, con su muerte y resurrección, ha deshecho las obras del diablo. El hombre no tiene que temer las fuerzas del mal si está unido al poder victorioso de Cristo. Desde aquellos lejanos días de la Primera Guerra Mundial, hasta el día de su muerte; es decir, a lo largo de más de cincuenta años, el padre Kentenich irá construyendo, paso a paso, su obra gigantesca.

zarzar@prodigy.nt.mx

Continuará el próximo domingo...

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