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Más Allá de las Palabras / Señor, bendice a los que te aman

Jacobo Zarzar Gidi

Desde que éramos niños, nuestros padres nos enseñaron a buscar la felicidad. Ésa fue siempre la condición indispensable para sentir que estábamos cumpliendo con la vida al ocupar un lugar en este mundo. Con el tiempo hemos comprendido que la felicidad no se encuentra en la salud, tampoco en el éxito, ni en la acumulación de bienes materiales, mucho menos en que se cumplan todos nuestros deseos.

La verdad es que nuestra vida habrá valido la pena únicamente si conocimos, tratamos, servimos y amamos a Jesucristo. Todas las dificultades tienen arreglo si estamos con Él; ninguna cuestión tiene una solución definitiva si el Señor no es lo principal, lo que da sentido a nuestro vivir, con éxitos o con fracasos, en la salud y en la enfermedad.

No olvidemos que Cristo es el único camino para ir al Padre: 2Nadie viene al Padre sino por Mí??. Sin Él, nada podemos. Nuestra principal preocupación como cristianos ha de consistir en vivir la vida de Cristo, en incorporarnos a su persona como los sarmientos a la vid.

En la Catedral de San Pablo que se encuentra en Londres, existe una pintura muy famosa que fue realizada por Holman Hunt (1827- 1910), llamada ?La Luz del Mundo??, en la cual aparece Nuestro Señor Jesucristo con una linterna en la mano izquierda. En su magnífica obra, el autor nos muestra que Jesús toca nuestra puerta con insistencia... y de nosotros depende si le abrimos o no. Si le abrimos, entra y se queda en nuestro corazón, si lo rechazamos, va en busca de otra alma que lo necesita.

Jesucristo nos busca de mil maneras, ordena en silencio los acontecimientos para que el éxito y las desgracias nos lleven a Él. Sin embargo, algunas veces nos resistimos por encontrarnos en pecado o por tener nuestra mente concentrada exclusivamente en cosas materiales. Cuando esto sucede, le estamos diciendo a Nuestro Señor lo mismo que escribió Lope de Vega en su soneto a Jesús crucificado:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¡Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno a oscuras?

¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

?Alma, asómate ahora a la ventana;

verás con cuánto amor llamar porfía??.

¡Y cuántas, hermosura soberana,

?mañana le abriremos??, respondía,

para lo mismo responder mañana!

Pero la verdad es que no sabemos a ciencia cierta si habrá un mañana para nosotros. La muerte puede llegar como un ladrón en el momento menos esperado. Es mejor estar con Cristo, no tanto por el temor a los infiernos, si no más bien por el amor que le tenemos. Las enfermedades, las amarguras, el fracaso, la ruina... junto a Cristo no nos dolerá ni nos hará sufrir.

El Señor quitará lo más áspero y más molesto de esa situación difícil. No abandonemos la cruz reemplazándola por la queja, el malhumor o la tristeza. Las contrariedades, grandes o pequeñas, aceptadas por Cristo y ofrecidas en reparación de la vida pasada o por las ánimas de los fieles difuntos -que tanto lo necesitan-, no oprimen, no pesan; por el contrario, nos hacen ver a Dios en los pequeños sucesos de la vida.

¡Cuántos cristianos han perdido la alegría en determinada época de su vida, al no poder santificar las pequeñas contradicciones que fueron surgiendo con el paso de los años! Cuando no buscamos a Dios es imposible estar contentos. La tristeza nace del egoísmo, del descuido de las cosas de Dios, de estar únicamente al pendiente de nosotros mismos.

A pesar de todo, el Señor nos ha creado para la alegría. Así debemos de ser los cristianos, siempre alegres, jamás temerosos de lo que pueda acontecer el día de mañana. Lo que se necesita para conseguir la felicidad, no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado de Cristo.

Si buscamos al Señor en nuestra vida, nada podrá quitarnos la paz y la alegría. El mal de nuestra época es estar convencidos de que vamos a ser más felices cuando poseamos más cosas o cuando seamos más admirados. Muchas casas habitación parecen un infierno, les falta amor y alegría, los cónyuges se odian, prolifera la mentira y el mal ejemplo para los hijos. Todo esto sucede porque no escucharon cuando Jesús tocaba a su puerta, y por lo tanto no le permitieron entrar. Familias que se destruyen todos los días con insultos, golpes, mentiras, infidelidades y malos tratos.

Nuestras dolencias, nuestra soledad, pueden ser ocasión de un nuevo encuentro con Jesús, de un seguirle por el camino de la vida, convirtiéndonos en discípulos que van en busca de sus huellas. Somos los mismos ciegos que narran los evangelios; somos los mismos enfermos, cojos y lisiados que describieron hace dos mil años los evangelistas. Tal parece que nada ha cambiado.

Recordemos que el Señor siente compasión por los duros de corazón que se encuentran inmersos en su egoísmo, cura la lepra del pecado, hace andar a los cojos y paralíticos que no se atrevían a dar un paso adelante para remediar su situación, alimenta a los que tienen hambre y sed de justicia, y sacia la sed de todos aquellos que desean llegar a la fuente de aguas cristalinas.

A pesar de nuestras miserias, tenemos la oportunidad de salvarnos, porque Dios es generoso y nos perdona. No somos pobres en méritos, mientras Jesús no lo sea en misericordia. Y como la misericordia del Señor es mucha, muchos pueden ser nuestros méritos.

Busquemos con entusiasmo el único camino que conduce a Cristo e intentemos pisar sobre sus pisadas; sintamos compasión por el que sufre, por el enfermo que no puede arrancarse las dolencias, por el que llora en silencio al sentirse despreciado, por el triste que ha sido abandonado, por el incomprendido que siempre fue rechazado, por los ancianos pobres a los que nadie les hace caso, y por los presos arrepentidos que se encuentran encadenados a sus remordimientos.

Amar a Jesús tiene su recompensa: podemos mirarle directamente a los ojos levantando el rostro al cielo y de esa manera conservar la esperanza, podemos comprender la verdad de la existencia, así como también la razón de la cruz, del dolor y del sufrimiento. Todo ello a pesar de ser un misterio.

zarzar@prodigy.net.mx

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