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Jacabo Zarzar Gidi

“Es de veras un dolor que se pase la vida sin procurar imitar a Cristo”.

Beata Maravillas de Jesús

Un sacerdote Legionario de Cristo

Cuando Pablo tenía cuatro años de edad, le detectaron leucemia. Aunque era tan sólo un niño, tuvo que pasar por pruebas físicas y morales tremendas, casi insoportables. Su madre, cada vez que lo llevaba al sanatorio para que le aplicaran quimioterapia, le decía que ofreciese el dolor de su cuerpo al Señor de la Vida con la finalidad de obtener algún beneficio espiritual o material para otro enfermo que se encontrase en peor situación.

De esa manera le marcaba el camino para que “descolgara su cruz y se dispusiera a seguir a Cristo”, Después de un año entero internado en el hospital, los médicos especialistas lo desahuciaron. Una tarde, Pablo agonizaba. Su padre se encontraba trabajando en Alemania y regresó a Madrid de inmediato para acompañar a su hijito en los momentos previos a su muerte. No había nada que hacer. Sólo confiar en el amor de Dios que se llevaba al pequeño de tan sólo cinco años.

En esos momentos tan difíciles para la familia, un amigo les dio un consejo sincero y desconcertante: Pedir un milagro a una monja que había muerto meses antes en olor de santidad, la madrileña Maravillas de Jesús. La familia aceptó el consejo de inmediato, como que ya tenían el corazón preparado. Oraron a Dios Nuestro Señor y le pidieron que por intercesión de la religiosa, sanara a su pequeño hijo. Sin explicación humana y mucho menos médica, Pablo empezó a recuperarse. Pocos días después sanó completamente y fue dado de alta. Los médicos certificaron que en los últimos análisis ya no aparecía la terrible leucemia que anteriormente dañaba su sangre. El milagro se había realizado.

Pablo vino al mundo un dos de abril del año 1971 en la ciudad de Madrid, España, siendo el tercero de ocho hermanos. Recibió de su padre dos ejemplos de vida: la honradez en el trabajo y el amor a Dios y a su familia. De su madre aprendió el valor que debemos dar a las cosas materiales, que no se compara con el de las espirituales.

Después del milagro de su curación, sus padres lo llevaron al santuario de Lourdes en peregrinación de acción de gracias. Y pasaron los años. Cuando cumplió 17 años, uno de sus mejores amigos le dijo: “Pablo, ¿estás consciente del milagro que Dios te hizo? La pregunta lo desconcertó y lo hizo reflexionar durante varias semanas. Tenía una deuda que pagar y la mejor manera de conseguirlo era haciendo rendir los talentos recibidos. Jamás había pensado en el sacerdocio hasta el momento mismo en que su amigo le dijo directamente en qué situación se encontraba.

Comenzó a darle vueltas en la cabeza su enfermedad y su milagrosa sanación posterior. Recordó a sus compañeritos de sanatorio que prematuramente dejaron este mundo, todos habían fallecido, y sin embargo a él se le conservó la vida. ¿Por qué únicamente él? ¿Por qué Dios no había curado a los demás? Al pensar una y otra vez en el sacerdocio, en medio de aquella gran lucha interior, se dio cuenta que el mundo le atraía mucho. ¿Debía decirle sí a Dios y dejarlo todo: su familia, sus amigos y amigas, y la posibilidad de un buen futuro económico después de estudiar una carrera universitaria? Finalmente tomó la decisión de darle la oportunidad a Dios, aunque no estaba seguro de que Dios lo quería de sacerdote. Siempre le acompañó una voz interior diciéndole: ¡Pablo, sigue adelante!

Pablo es ahora un sacerdote Legionario de Cristo. No sabe cómo dar las gracias a Dios por haberlo llamado y tener la oportunidad de llevar a los niños, a los jóvenes y a los adultos el Evangelio. No se ha hecho sacerdote para ser feliz, podría haber seleccionado cualquier otra cosa, pero escogió acompañar al Maestro en el difícil trabajo de su viña. Sabe que no merece representar a Cristo en la tierra y mucho menos llevar su salvación a los hombres. No se considera digno del sacerdocio. Es un regalo todavía más grande, que el mismo obsequio inmerecido que Dios le hizo cuando siendo un niño le salvó la vida. De lo que sí está plenamente convencido, es de cumplir siempre con la voluntad de Dios, por más misteriosa o difícil que sea. Por eso es sacerdote, y por eso es tan feliz, y trata de hacer suya la oración de aquella Carmelita Descalza por cuya intercesión fue curado: “Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera”.

Pablo sabe que el sacerdocio no es la meta. Lo que desea ahora es desgastarse y desvivirse para llevar a todos el amor que le desborda el alma y que le hace decir lleno de gratitud y contento: ¡Gracias Señor, por haberme llamado a ser tu sacerdote!

La Beata Maravillas de Jesús (Maravillas Pidal y Chico de Guzmán), Carmelita Descalza, nació en Madrid el cuatr de noviembre de 1891. El 12 de octubre de 1919 entró en el carmelo de El Escorial. El 19 de mayo de 1924 fundó el convento del Cerro de los Ángeles. El 11 de diciembre de 1974 murió en olor de santidad en el Carmelo de La Aldehuela, Madrid. Su ardiente amor a Dios y su unión con Él, se manifiestan al exterior en una caridad dulce y amable con todos. El 17 de diciembre de 1996, su Santidad Juan Pablo II proclamó con solemne Decreto sus virtudes heroicas, y el 18 de diciembre de 1997 decretó el carácter milagroso de una curación atribuida a su intercesión. (El milagro del sacerdote Pablo es el segundo que se conoce). El mismo Sumo Pontífice la elevó al honor de los altares con la beatificación en Roma el diez de mayo de 1998.

zarzar@sinteg.net

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