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Más crímenes sin castigo

josé santiago haely

cada vez son más frecuentes en nuestro entorno los asesinatos, secuestros, violaciones y abortos, y cada vez son menos frecuentes las manifestaciones de indignación por parte de nuestra sociedad.

Una investigación de la agrupación “México unido contra la delincuencia” señala que sólo el cuatro por ciento de los delitos cometidos recibe castigo de cárcel conforme a la ley.

Esto significa que el 96 por ciento de las acciones delictivas en nuestro país se quedan impunes, lo que representa el mejor aliciente para el delito al convertirse en uno de los negocios más atractivos y mejor garantizados.

La impunidad es terrible, detestable y monstruosa. Se ha transformado en una avalancha de nieve imposible de contener. Pero a juicio nuestro es peor todavía la permisividad en la que ha caído la sociedad mexicana casi en su totalidad.

“Una sociedad vengativa es una sociedad enferma, pero una sociedad permisiva es una sociedad dos veces enferma”, diría un pastor luterano para calificar este fenómeno.

Para Tony Anatrella, sacerdote católico y psiquiatra, “los hombres y mujeres de nuestra época han abdicado de sus ideales, vivimos en el imperio de lo efímero, en una sociedad que sólo mira al presente, incapaz de arriesgarse a construir el futuro”.

La lista de crímenes y otros delitos impunes es impresionante. Tenemos los homicidios célebres como el de Manuel Buendía, Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu o Juan Jesús Posadas Ocampo que nunca fueron del todo esclarecidos.

Varios miles de delitos más a lo largo y ancho de la República están en las mismas o peores condiciones. En México nos hemos acostumbrado a esta realidad en medio de la complacencia de las autoridades y de la permisividad de la sociedad.

En Tijuana hay decenas de ejecuciones que nunca serán resueltas. Los cadáveres se recogen, se guardan en la morgue y al término de ley se envían a una fosa común para ser incinerados. En eso terminan cientos de vidas cada año, casi como en una guerra.

En Sinaloa no cantan mal las rancheras. ¿Cuántos asesinatos se quedan sin investigar por temor a hacer olas o porque ningún miembro de la sociedad se anima a reclamar justicia?

Hay entidades más pacíficas como Yucatán, pero tampoco se escapan de las fallas de la justicia como es el caso del empresario Armando Medina Millet, quien por abusos de poder se encuentra preso desde hace varios años por el supuesto crimen de su esposa que no cometió, según consta en investigaciones periodísticas serias y documentadas.

La semana pasada me llamaron temprano para darme cuenta de un atroz asesinato ocurrido en Hermosillo. El agricultor Carlos Bon de 44 años, hombre noble y trabajador, había sido acribillado al salir de su oficina junto a su hermano Óscar.

Lo que más me impresionó fue que en los días siguientes nadie, absolutamente nadie, levantó la voz para reclamar justicia por este espantoso y cobarde homicidio que dejó desamparados a su esposa y sus cinco hijos de quienes me consta su calidad moral y humana.

Así podemos mencionar uno tras otro la larga lista de delitos impunes que se registran a lo largo y ancho de la República Mexicana y que desgraciadamente se acumulan día a día como si fuera un tiradero de basura.

“El drama de la sociedad actual –señala el padre Anatrella—es querer vivir una eterna adolescencia, sin recuerdos del pasado, sin tensión de futuro, sin historia”.

Ya no importa la muerte de un amigo o un ser querido, sino cómo habremos de justificarla para evitar los cargos de conciencia. Preferimos ser permisivos y complacientes a enfrentarnos a esta terrible y amarga realidad.

Si lo mataron fue porque andaba en malos pasos, si lo secuestran es porque presumía su riqueza, si la violaron fue por provocativa y así tejemos especulativamente las probables causas del delito antes de salir a defender la vida, el honor y la dignidad de las personas que son atropelladas sin misericordia en cada crimen de tal naturaleza.

La complicidad de las autoridades hacia la delincuencia organizada es una de las causas principales de la proliferación del crimen. Pero tal complicidad ha sido posible por la permisividad de una sociedad enferma de desesperanza y a todas luces alejada de valores y principios cristianos.

Duele decirlo pero en México hemos caído a niveles infames de permisividad y complacencia. Ya nada nos impresiona ni nos conmueve. ¿Será porque en los últimos diez años vivimos una ola histórica de violencia o será porque estamos más preocupados por el placer y el bienestar personal que por hacer valer nuestra dignidad humana?

* Licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con Maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego. Comentarios a josahealy@hotmail.com

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