Durango

Mensaje del Administrador Apostólico por Año Nuevo

Paz, justicia y perdón

Muy apreciados en Cristo Jesús:

A la par con las celebraciones y expectativas que acompañan el inicio de un nuevo año, el Santo Padre Juan Pablo II nos ha pedido una especial dedicación a la Jornada Mundial de la Paz, que cada 1 de enero se ha venido realizando desde hace varios lustros, por iniciativa del admirado Papa Pablo VI.

El mensaje y saludo de un servidor, con motivo del año nuevo de 2002, es muy sencillo y exigente a la vez. Sencillo, porque se inspira en las clara enseñanzas de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia; exigente, porque el mandato divino nos impele a la urgente necesidad de esforzarnos incansablemente por “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos”.

Dados los trágicos acontecimientos y los conflictos de diversa índole que afectan al mundo, a nuestra amada patria mexicana y nuestro propio estado, al seno mismo de muchas de nuestras familias, este nuevo año debe estar animado por los más serios propósitos de conversión personal y comunitaria. A eso se ha referido el Papa en su hermoso mensaje -publicado y comentado en los diversos medios de comunicación, en el que propone con grande esperanza: “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón...”

La paz debe ser hecha, debe ser engendrada continuamente. En estos tiempos es más necesario que nunca educar y educarnos permanentemente en la fidelidad a los derechos fundamentales de la sociedad. Éstos tienen que permanecer en el buen ánimo de cada individuo y guiarán la historia durante un tiempo indefinido, a condición de que los hombres que cambian, y los jóvenes que vienen a ocupar el puesto de los que “ya terminan o que desaparecen”, sean educados sin cesar en la disciplina del orden que tutela el ideal de la paz, fundado en el perdón y la justicia.

En consecuencia, es necesario que la paz se convierta en una realidad operante y orientadora. Hay que hacer la paz, hay que producirla, hay que inventarla, hay que crearla con ingenio siempre vigilante, con voluntad siempre nueva e incansable. La paz no puede ser ni pasiva, ni opresiva; debe ser inventiva, preventiva, operativa...

Me permito destacar algunas vías para ser hombres y mujeres de paz; promotores de la paz en la justicia y en el perdón:

1. El amor a Cristo, que es “el Príncipe de la Paz” en el mundo (Is. 9, 6), el cual ha dicho “Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5, 9). Tengamos la certeza de que sin la guía y ayuda de Cristo, la paz verdadera, estable y universal no es posible. Y estemos seguros también que la Paz de Cristo no hace débiles a las personas, no los convierte en gente miedosa y víctimas de la prepotencia de los otros, sino que más bien los hace capaces de luchar por la justicia y de resolver muchas cuestiones con la generosidad, más aún con la vivencia del amor. Estemos plenamente seguros que este “Príncipe de paz”, y que es el Cristo de Dios es el único capaz de dar sentido a nuestra propia existencia. Por esto en este nuevo año que comienza, estamos llamados a vivir un encuentro personal con este JESÚS que quiere comunicarnos gratuitamente su amor.

2. El señorío de uno mismo. Frecuentemente tenemos la tentación de reñir, vanidad nociva ésta de pretender aparecer fuertes contra otros hermanos mediante las agresiones, ofensas, las injurias, la ira, la revancha. Si queremos ser fuertes, seámoslo con nuestro ánimo y comportamiento; aprendamos a dominarnos. Sepamos también perdonar y volver a ser amigos de aquellos que nos han ofendido: así seremos verdaderos cristianos. No odiemos a nadie, no seamos orgullosos ante otros prójimos de distinta condición social, raza o cultura. No actuemos por interés egoísta, por despecho; nunca jamás por venganza. Que el origen de nuestra fortaleza sea JESÚS, a quien con la propia vida proclamamos como SEÑOR de todo cuanto somos y podamos tener. Que sea sólo él quien se transparente a través de nuestras conductas, y de todas nuestras obras, llenemos nuestros hogares, nuestras universidades de JESÚS, nuestros talleres y fábricas, nuestros comercios y escuelas; llenemos este año que comienza de este entusiasmo cristiano, que nos inspira para construir una sociedad más justa y solidaria, mas plena del santo temor de Dios.

3. La familia, como generadora de paz, justicia y perdón. Fundada en el amor y abierta al don de la vida. La familia lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad, su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz, que para lograrlo es necesario que cada pequeño ser humano experimente el calor de un afecto cercano y constante, no la traición o la explotación. ¡Que la familia pueda vivir en paz, de tal manera que de ella brote la paz para toda la familia humana! El fundamento primero de este anhelo es la convicción de cada individuo que la conforma, esto es, la capacidad personal de situarse frente al valor del respeto y la sana tolerancia, pues esto conlleva a crear unas relaciones entre los miembros que conforman esta célula social, bajo la única premisa que necesariamente se impone responsablemente en el marco del ejercicio de la propia libertad, para tener como resultado final una PAZ duradera y creadora de la auténtica JUSTICIA.

4. La defensa de la vida. Este binomio “paz y vida” puede parecer un eslogan retórico, pero no lo es. Representa una conquista por la que se ha combatido sin cesar a lo largo del camino del progreso humano; un camino que no ha llegado todavía a su meta final. Todo delito contra la vida es un atentado contra la paz, especialmente si hace mella en la conducta del pueblo, tal como está ocurriendo frecuentemente hoy, con horrible y a veces legal facilidad, con la supresión de la vida naciente, con el aborto. Pero también padecemos el flagelo del suicidio, del homicidio, de la eutanasia. Si queremos que el orden social se asiente sobre principios intocables, no lo ofendamos en el corazón de su esencial sistema: el respeto a la vida humana.

5. La urgencia de cambiar el modo de pensar y de actuar del mundo de hoy, siempre dispuesto a distinguirse, a separarse de los demás, a combatirse sin misericordia; ¿no somos hermanos? ¿No somos miembros de una misma familia humana? “El Dios que nos redime mediante su entrada en la historia, y que mediante el drama del Viernes Santo prepara la victoria del día de Pascua, es un Dios de misericordia y de perdón”. Dejemos ya que Él hable en nuestra propia existencia, hagamos un espacio a la reflexión y escuchemos atentos su voz en el lenguaje de su predilección: El silencio. Dejemos de rendir culto al estrés agobiante que en una sociedad de ruido nos demora en esta necesidad de la escucha de un Dios que quiere salvarnos, que quiere sanarnos y liberarnos de todo egoísmo.

Queridos amigos: Debemos educarnos a amar a todos, a dar a la sociedad el aspecto de una comunidad más buena, más honesta, más solidaria y justa. ¿Queremos verdaderamente tener el mérito y la alegría de hacer el bien, de ayudar a quien lo necesita, de realizar alguna buena obra con el mérito de la conciencia? Pues bien, recordemos las palabras pronunciadas por Jesús durante la última Cena, la noche anterior a su pasión. Él dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros... En esto conocerán que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn. 13, 34-35). Este es el signo de nuestra autenticidad, humana y cristiana, quererse bien los unos a los otros. Esta es nuestra consigna permanente a partir del tercer año del milenio: ¡No a la violencia, sí a la paz; sí a la justicia y al perdón! ¡Sí a Dios!

En este año 2003, confiando en el patrocinio de María Santísima, la “Reina de la Paz”, cuya festividad celebramos también el 1 de enero, vayan para todos mis mejores felicitaciones y deseos, la seguridad de mi plegaria y mi bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

+ Juan de Dios Caballero R.

Administrador Apostólico

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