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Mes de la patria

Yamil Darwich

El pasado 4 de julio tuve la oportunidad de convivir con catedráticos universitarios del Estado de Texas, quienes festejaban ruidosamente el Aniversario de la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica.

Muy orgullosos, ufanos de los logros de su país, con días de anticipación decoraron la ciudad (toda) con banderas de barras y estrellas, pendones que colgaban de paredes y puertas de cocheras de sus casas, luces multicolores, otras banderas de menor tamaño en coches y jardines, rótulos en tiendas y centros comerciales, grandes anuncios panorámicos en escuelas y universidades y carteles diversos en oficinas y edificios. Mención especial se merecen los medios de comunicación, que con anuncios varios, música patriótica, exhibición de películas con temas alusivos a la conmemoración y avisos de muchas y variadas actividades, aseguraron que todos los norteamericanos y otros que pretenden serlo, se entusiasmaran y se involucraran en los festejos.

El ambiente que se gestó logró sus propósitos: el día señalado, desde temprana hora de la tarde en diferentes puntos de la ciudad, grupos sociales y religiosos ofrecían alternativas para festejar masivamente. El más grande, organizado por la principal universidad de las localidad coordinada con la autoridad civil, en conjunto ofrecieron el tradicional espectáculo de los fuegos pirotécnicos. Previamente, en una iglesia cercana, invitaron a la comunidad a comer hamburguesas, papas y beber refrescos, comidas y bebidas rápidas, representativas del paladar de nuestros vecinos del norte.

El complemento del día fue la algarabía despertada por los grupos de música texana y los paseos que en carros halados por tractores disfrutamos los asistentes, sentados sobre pacas de heno a la manera tradicional campirana, recordando la historia y moviendo a las conciencias de los asistentes, que eran transportados por la emoción hacia el más puro sentimiento nacionalista.

Completaron el aparato los carros de bomberos que prevenían un eventual incendio provocado por los fuegos artificiales y la presencia de policías, que en coches y motocicletas con sus torretas de luces encendidas reforzaban el sentimiento de fiesta.

Gran jolgorio para personas orgullosas, que piensan que su Patria es la mejor, la más grande, la más poderosa; aunque confunden civilidad con cultura y no se interesan por conocer, en lo general, otros momentos históricos de países y estados del mundo, al sentirse pletóricos de satisfacción de los propios.

Me acompañaba Anwar, el menor de la familia y ambos sentimos la emoción de recordar a México y nuestros festejos de Septiembre, en el mes de la Patria.

Debo confesarle que evaluamos la situación y concluimos que nuestras fiestas son tan o más alegres, que nuestros fuegos artificiales son más grandes y vistosos, aunque en cuestiones de organización y orden hubimos de reconocer que tenemos mucho que aprenderles.

Luego de concluida la fiesta, ya de regreso al apartamento que ocupábamos, recibimos el bombardeo de la televisión que presentaba lo más sobresaliente de los festejos celebrados en otros puntos de E.U.A. y finalmente vino la reflexión:

¿Cuál es la causa de la diferencia entre uno y otro sentimiento? Imposible que sea la cultura, puesto que la nuestra es más vieja y rica en historia; tampoco los héroes mitificados, a los que uno y otro país se ha encargado de transformarlos, equivocadamente, en semidioses. Menos aún el sentido de pertenencia, porque al final de cuentas nosotros estamos orgullosos de ser mexicanos, capaces de enfrentar la vida y sus problemas con alegría y encarar la muerte con especial ironía. ¿pobreza?, tal vez pudiera influir en algo, sin embargo no todos los estadounidenses han llegado a alcanzar el sueño americano y sin embargo todos, o casi, son rabiosamente nacionalistas.

Tal vez la diferencia se marque por la confusión y desencanto que vivimos con los administradores públicos de los últimos sexenios; por el empobrecimiento que todos los mexicanos sentimos con el paso de los años, confirmando que el dinero de nuestros ingresos cada día compra menos y las carencias del hogar aumentan; de las constantes decepciones por raterías, fallas profesionales en la administración de la justicia, crímenes e impunidades que conocemos, casi a diario, a las que tristemente nos hemos ido acostumbrando hasta verlas como hechos cotidianos.

También a los malos profesores, que poco enseñan de la historia de nuestra Patria y cuando lo hacen carecen de la pasión que otros catedráticos, los de antaño, tenían; aunque justo es aclarar que aún existen algunas excepciones.

Pero también somos responsables los adultos que poco animamos a los niños para que conozcan sobre civismo y cultiven su amor a México; en cambio, sí aplicamos la creatividad que nos caracteriza para inventar cuentos y chistes a costas de todos nuestros símbolos nacionales.

Por otra parte, para reforzar nuestra pérdida de orgullo nacionalista, por razones no muy claras vivimos el impedimento de usar los colores verde, blanco y rojo en artículos diversos; tampoco podemos estampar a la Bandera Nacional en documentos u objetos, supuestamente por un respeto desmedido. Desde luego que no me refiero a permitir el abuso que hacen nuestros vecinos al plasmar su bandera hasta en la ropa interior.

Si algo hay que aprenderles a ellos es su gran amor a la Patria, que lo inculcan a los más jóvenes en los hogares e instituciones educativas de la manera más lógica, viviendo sus fechas históricas con pasión, muchas veces irreflexiva, basada en su creencia en las instituciones y personas que les administran los bienes públicos y les representan ante el mundo, aunque estén desinformados, principalmente la gente menos preparada y los inmigrados. Recuerde los sonados casos de falta de probidad de Nixon y de valores morales de Clinton.

México es más, mucho más que malos gobiernos, administradores públicos incapaces o deshonestos; está por encima de males sociales como la delincuencia, la impunidad, el narcotráfico y la desconfianza generada por la mentira.

Lo invito a que reflexione este Diálogo y que si está de acuerdo con el planteamiento, platique con familiares y amigos; que este mes de septiembre recuerden lo grande de la nación, nuestras raíces culturales y rica historia; a que no dejemos que los demás confundan nuestro origen y destino con las malas personas y pésimas administraciones públicas; que pongamos banderas tricolores en nuestras casas, negocios, oficinas, vehículos y en cuantos lugares se nos ocurra.

Le invito a que memoremos las gestas heroicas de nuestra independencia, realizadas por seres humanos, no semidioses, que son dignos émulos a imitar y fuente de inspiración para los jóvenes mexicanos.

Le pido, encarecidamente, que hagamos lo que esté a nuestro alcance, que seguramente es mucho por poco que parezca; que luchemos por rescatar nuestro sentimiento patriota y nacionalista, dándole un sentido más rico al alto orgullo de ser mexicanos. ¿acepta la propuesta de este Diálogo? Correo electrónico: ydarwich@ual.mx

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