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Mexican fiesta

adela celorio

Que a su muerte hicieran con su piel un buen juego de maletas para poder así, seguir viajando- ese fue el último y muy singular deseo de Paul Morand, aunque no sé si sus deudos lo habrán cumplido. A pesar del insaciable deseo que siento de pisar el mundo, nunca se me ocurriría pedir algo semejante porque me siento incapaz de presentarme ante Dios sin mi piel, ese maravilloso traje térmico y autoajustable que aunque bastante deteriorado con el uso, sigue siendo mi más imprescindible atuendo.

Por otra parte, no creo que a dar tumbos por andenes y bodegas se le pueda llamar viaje. A mí me gusta salir por curiosidad y siempre con la disposición de aventurarme, de perderme en cualquier sitio sólo para descubrir formas diferentes de estar sobre la Tierra. Cada día me asusta más la seguridad, la tranquilidad, el bienestar que lo entorpece a uno tan suavemente que cuando viene a darse cuenta ya está todo enmohecido. Aunque ¡claro! con los años se impone el sentido común y tampoco es cosa de salir en Semana Santa para pasar malos ratos y sufrir malos modos. Eso dije, pero nadie en la familia se solidarizó con mi propuesta de quedarnos en la ciudad para disfrutar de la buena vida que ofrece esta capital cuando varios millones de ciudadanos la desocupan. –“Ay” te ves- dijeron antes de coger camino de la playa sin importarles un comino mis melindres.

Y pues uno también tiene su corazoncito y además está la envidia, ese horroroso defecto del alma que a mí me pega fuertísimo. Así las cosas, contra mi propia lógica convencí al Querubín de que lo único inteligente que podíamos hacer con la semana de Pascua era largarnos de aquí. Sabiendo por experiencia que siempre tengo razón, estuvo de acuerdo y fue así que empacamos las medicinas y a bordo de La Paloma, nuestra fiel y chambeadora camioneta, alternando el volante -yo siempre lenta y prudente, Querubín con la energía y la velocidad de sus mejores tiempos- llegamos hasta esa inteligente ciudad que es Monterrey, donde buscamos y encontramos a viejos amigos. Tras dos días de cabrito y regiomontana hospitalidad, seguimos carretera al norte hasta topar con mariachis y margaritas, merengues y quebraditas.

¡Mexican Fiesta! en San Antonio Texas con su joven reina coronada, desfile de carros alegóricos y bailongo por las noches en las calles más céntricas. Jóvenes y lindas mariachitas derramaban por el río el Son del La Negra, La Vikina, Y volver, volver, volver... Iluminada y monumental la rueda de la fortuna presidía una feria donde todos parecían felices. -¿Guerra? ¿Cuál? Lo que había ahí era una pacífica y gozosa reconquista de nuestra identidad y territorio. Antes de que la carroza se convirtiera en calabaza emprendimos el regreso a México con la ilusión de que al volver de sus vacaciones, nuestros hijos nos hubieran extrañado.

Para nada, los encontramos haciendo maletas -sólo vinimos por ropa limpia- explicaron. Aprovechando el mega-puente del Día del Trabajo todo mundo se fue a descansar. Nos encontramos con que la ciudad se preparaba a festejar a sus niños con helados y globos y dulces. ¡Caray! Esto es la pura vida, si no, díganme dónde más? Pero...¿qué no estaremos exagerando? ¿Y si pensando en el país que queremos, les aumentamos a los estudiantes los horarios de clase, mejoramos la calidad de la educación y les reducimos un poco las vacaciones? Bueno, yo sólo doy la idea, ya luego cada cuál.

adelace@avantel.net

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