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Mexicanos confundidos/Diálogo

Yamil Darwich

Con mucho gusto pude constatar el fervor patriótico con el que universitarios cantaron el Himno Nacional Mexicano en un acto académico, de ésos que frecuentemente se presentan en nuestra Región Lagunera. Ni duda cabe que fue muy emocionante escuchar a los jóvenes, los futuros nuevos profesionistas de México, cantar las estrofas que refieren a los más altos valores cívicos y de entrega a su país.

Claro que ellos, por su nivel de preparación, pueden distinguir la diferencia entre el México de siempre y los mexicanos no comprometidos; entre los errores de sus administradores y la grandeza de la patria.

Desgraciadamente, entre la gran generalidad de la población existe un profundo descontento por la frustrante lucha contra la pobreza, la corrupción y otros muchos males que padecemos por la deficiente y hasta deshonesta administración pública actual. Para nadie es extraño escuchar el pedimento de las autoridades de que enfrentemos la crisis, una tras otra, con la promesa de tiempos mejores, mismos que ya se han tardado en aparecer por varias generaciones.

La confusión creada por el discurso demagógico con aparentes tintes de nacionalismo ya se ha transformado en contraproducente. Los mexicanos no aceptamos nuevas promesas ni otros plazos para ver el cambio, ese que sea sustancial en nuestras personas y en la calidad de vida de nuestros seres queridos.

Tampoco creemos en los iconos nacionales que nos tratan de imponer. Existe un sinnúmero de publicaciones, todas procedentes de estudios profundos, que demuestran la existencia con necesidades y limitaciones corporales, viviendo con debilidades y fortalezas humanas, de aquellos próceres que hasta hace muy poco tiempo eran dioses infalibles, inmaculados e intocables.

La corrupción es uno de nuestros principales males, estigma inequívoco ante la opinión mundial, a pesar de los intentos por borrarla en base al discurso público internacional de nuestros representantes; por el contrario, cada día son menos las imágenes positivas que podemos mostrar en el exterior para sostenernos con credibilidad y respeto, puesto que el concurso de injurias e infundios, así como las acusaciones sin probar y que mucho dañan, que utilizan los malos políticos como recurso para nulificar a los oponentes, han servido para confundirnos en relación a la definición y conciencia del nacionalismo.

Así conocemos las opiniones vergonzantes que expresan los mexicanos a los medios de la encuesta nacional e internacional: En 1990 sólo el 56 por ciento de los mexicanos dijeron sentirse orgullosos de serlo; en 1991, a la pregunta de una revista de difusión nacional, el 59 por ciento declaró estar a favor de que México formara un único país con los EUA.

El engaño del discurso político ha sido desenmascarado y ya tampoco tiene efecto. Luego de la devaluación de 1994, mucho se trató de culpar por la misma a la presencia de la guerrilla en el sureste mexicano y una encuestadora nacional preguntó a la opinión pública sobre su sentir al respecto; el 48 por ciento, dijo que era culpa del gobierno y sólo el 18 por ciento, culpó al Subcomandante Marcos. El siete por ciento, dijo que eran responsables los inversionistas extranjeros y el cinco por ciento, a los EUA.

El mismo Marcos y su movimiento ilegal ya han sido desvirtuados y manipulados por intereses ajenos a las declaraciones originales.

De la misma manera, la historia nos la repiten conforme se devalúa nuestra moneda, siempre encontrando justificaciones a nuestras tragedias nacionales.

También fueron acusados de culpables los malos gobiernos del PRI, afirmación sostenida en sendas campañas políticas por el PRD para llegar a ganar la administración pública del Distrito Federal. Lo mismo hizo el PAN, para alcanzar la presidencia de la República Mexicana y las cosas siguen igual ... o peor.

En pleno 2003, con la invasión de los Estados Unidos de Norteamérica a Iraq, nos amenazan con el pago de los costos políticos de nuestra postura de pacifistas en términos de reducción de la calidad de vida, oportunidad para justificar nuestra falta de resultados en el plano de comercio internacional. Pareciera que los infortunios del mundo son muy bien aprovechados para justificar la ineficiencia en la administración pública de todos los niveles; el municipal, el estatal y el federal.

Por lo anterior, se transforma en urgente hacer la reflexión y redefinir la abismal diferencia entre la politiquería generadora de desilusión y el nacionalismo de los mexicanos. Defender y diferenciar nuestros antecedentes históricos, los orígenes étnicos y nuestra cultura milenaria que está muy por encima de los resultados obtenidos por grupos de mexicanos que no han sabido administrar (o no han querido) la herencia que recibimos de nuestros antepasados.

Le invito a que lo analice con sus seres cercanos y que promueva la aclaración de la maligna confusión y que insistamos que nuestro país es muy grande, tanto que no ha sido derrotado por las pésimas administraciones y por los malos gobernantes.

Le propongo que reforcemos nuestros valores cívicos y que al ver ondear a nuestra enseña tricolor aclaremos la diferencia entre México y sus ineficientes administradores; le pido que considere la idea de izar nuestra Bandera Nacional en su escuela, comercio o empresa y que cuando escuche el Himno Nacional lo cante con fervor, aún cuando sea Usted muy desentonado, invitando con su ejemplo a los demás, para que le acompañen en la orgullosa pronunciación de sus muy bellas estrofas. ¿Acepta? ydarwich@ual.mx

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