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México-Estados Unidos

ALFONSO LUQUÍN CALVO

Las contradicciones

De todos es conocida la posición que adoptó el gobierno mexicano ante la ocupación norteamericana de Iraq. Todos conocen asimismo el disgusto del gobierno norteamericano por dicha posición, el cual se ha vuelto manifiesto una vez más, en las palabras de Tom Ridge, secretario de seguridad de la patria del vecino país del norte. Según este personaje, el gobierno de Bush se siente ?frustrado? por la falta de respaldo del gobierno de Fox a su campaña militar. ¿Y cómo no? La única forma en que el gobierno de Estados Unidos salga bien librado del crimen que ha cometido en contra de la historia y el futuro de la humanidad es que todas las naciones del mundo estuviesen de acuerdo con la justificación de su barbarie. No entienden cómo ni por qué, alguien puede renunciar a su participación en el negocio por conservar convicciones y principios.

De aquí mismo se desprende la respuesta y la amenaza con la que, según ellos castigarán a quienes no lo hicieron. Las sanciones económicas.

No obstante, nosotros preferimos mantener el punto de vista de que los Estados Unidos, su oligarquía, actúa en función de intereses y no de rabietas o caprichos. No les disgusta que no les apoyáramos para arrebatar al país árabe su riqueza, les disgusta que tengan que batallar un poco para arrebatarnos la nuestra. Nuestros gobiernos, sobre todo los últimos, han entregado una a una, las principales ramas estratégicas al extranjero, en particular a los norteamericanos. El dominio de las materias primas y los mercados de México, en particular el mercado de trabajo, es lo que ha permitido a las corporaciones norteamericanas enfrentar la lucha feroz por los mercados mundiales en contra de sus principales rivales, las corporaciones francesas, alemanas y japonesas.

Sin embargo, quizás ahora cuando mayor es su necesidad de sobre explotar intensivamente a México, es cuando más problemas enfrentarán. Las reformas estructurales que han de permitir eliminar los beneficios obtenidos por la clase obrera y que han de abrir a la inversión extranjera los sectores energéticos estratégicas de la nación no tienen para cuando lograrse. Una y otra vez arremeten en intentos que les permitan conseguir esto. El beneficio que obtendrán es obvio, un abaratamiento relativo de la mano de obra a través de un incremento de su productividad por la vía de la intensificación del trabajo, recursos energéticos seguros y más baratos.

Hoy está claro, que la consecución de dichas reformas depende del triunfo mayoritario del Pan en las elecciones del seis de julio próximo, en las que todos los mexicanos debemos estar conscientes de lo que nos jugamos. Claro que las cosas se presentan como si los grandes beneficiarios del asunto fuéramos todos los mexicanos. Con las reformas, se nos dice, tendríamos más empleos y mejor remunerados, energía más barata, un mayor nivel de vida. Cantos de Sirena. Suena tan hueco y debemos tener tanta desconfianza como cuando se dice que los iraquíes por fin disfrutan de su libertad, que por fin se manejarán los recursos petroleros y la riqueza de su nación en beneficio de ellos mismos, como si no supiéramos todos que se trata de patrañas. Podrán engañar al pueblo norteamericano, que no ha visto los horrores y desprecio que llevaron consigo, que no conocen las muestras de repudio que la mayoría de los iraquíes muestran al ejército invasor, que no saben de las matanzas provocadas ante las manifestaciones pacíficas en Bagdad y Mosul.

Pero volvamos a lo nuestro. El gobierno de Estados Unidos está molesto en realidad por que bajo la sombra del Tratado de Libre Comercio, hemos podido defendernos, aunque sólo sea tibiamente, en casos como el atún, la fresa, la fructosa, el autotransporte, y el aguacate, por mencionar algunos. En la historia del TLC no puede dejar de incluirse la sucesión de violaciones por la parte americana que en mucho contradicen el espíritu del propio tratado.

El capítulo agropecuario se ha tornado un verdadero problema. Al asunto de la fructosa y el impuesto a las bebidas que estén elaboradas con ese edulcorante se han sumado, gracias a la presión de las organizaciones campesinas y la cercanía de las elecciones, el caso de productos como el frijol y el maíz, a los cuales se les aplican aranceles compensatorios y, aunque no existe disposición oficial al respecto, la espada de Damocles pende peligrosamente sobre la alternativa de reabrir el capítulo agropecuario y renegociarlo o la aplicación de sanciones por parte del departamento de comercio norteamericano, el cual nos acusa cínicamente de violar el tratado.

La solución de los problemas del campo no es tarea fácil, mucho menos cuando la personificación de esa economía peticionaria que tanto quiere eliminar el señor Usabiaga: los campesinos, sus organizaciones y su capacidad de lucha, se constituyen en una piedra en el zapato de la administración foxista. La solución sería un acuerdo migratorio que abriera la válvula de escape de una población agobiada por la miseria y las dificultades económicas. Pero esto no conviene a los intereses norteamericanos y la respuesta, una vez más ha sido un rotundo no.

Como vemos, las muecas de disgusto en los funcionarios del gobierno estadounidense no obedecen a la falta de apoyo ante el asalto cometido en el Oriente Medio. Obedecen más bien, a las contradicciones objetivas existentes entre lo que un gobierno necesita, el mexicano, y lo que el otro exige.

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