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Mientras vivía

Cecilia Lavalle

Mientras dormía, pensaba en las miles de mujeres iraquíes que en ese mismo momento, a cientos de miles de kilómetros de mí, huían solas o con sus hijos e hijas, con sus madres, padres, hermanos o hermanas tratando de ponerse a salvo de la muerte que envuelta en barras y estrellas les caía del cielo.

Mientras dormía, pensaba en los miles de adolescentes que, teniendo la edad de mi hijo, no dormían en sus camas, ni soñaban en su primer amor; sino que empuñando un arma, quizás morirían por la sinrazón de una guerra que no provocaron, que no es suya.

Mientras dormía, pensaba en las miles de niñas que, teniendo la edad de la mía, no hablarán con sus madres del niño con ojos de miel que les arranca suspiros, ni de lo odioso que les resulta estudiar geografía; sino que tal vez morirán a manos de una bomba que les arrancará de tajo toda esperanza de presente y de futuro.

Mientras abrazaba al hombre con el que la vida me ha sonreído, pensaba en las miles de mujeres cuyos brazos no abrazan a nadie porque sus hombres están peleando una guerra perdida; pensaba en las miles de jóvenes que nunca sabrán cómo unos brazos a veces bastan para iluminar la vida; pensaba también en esos hombres a quienes sólo les dejaron la opción de abrazar la muerte.

Mientras amanecía y miraba las sombras que se dibujaban en mi recámara, pensaba en las sombras que acechan a miles de mujeres que, como yo, creían que un mundo mejor era posible y nunca pensaron asistir al entierro de la esperanza.

Mientras salía de mi lecho, pensaba en millones de iraquíes que ya no tienen ningún lecho, ni ningún cielo suyo, ni orilla alguna a que aferrarse. Pensaba en su exilio involuntario, en su paisaje desahuciado, en su presente fracturado.

Mientras preparaba el café de la mañana y dejaba que mis sentidos despertaran con ese aroma cálido y suave, pensaba en los cientos de miles de personas que aspiran el único aroma a su alcance: El olor a pólvora que mantiene despiertos sus instintos mientras corren de un lado a otro, mientras el ruido ensordecedor de las bombas les aturde, mientras todo se derrumba.

Mientras despertaba a mi hijo y a mi hija para empezar un día más, pensaba en los muchos hijos e hijas que despertaron al horror, y que quizás ya no tienen un día más.

Mientras salía a la calle y respiraba profundo tragándome los primeros rayos del Sol y llenándome los ojos con el azul de mi cielo y el verde de mis árboles, pensaba en miles cuya calle es un infierno, que respiran profundo para no ahogarse en un grito, que se tragan el polvo y la rabia y la tristeza y el miedo, que se llenan los ojos de lágrimas y de respuestas cuando alguien en otro idioma pregunta ¿por qué nos odian?

Mientras organizaba mi día, revisaba mi agenda y subrayaba mis pendientes, pensaba en quienes desde lejos se les reorganizó la vida; pensaba en los besos que dejaron pendientes, los abrazos que postergaron, los anhelos con los que tenían cita, los sueños agendados; pensaba en quienes vieron en su agenda, con palabras en inglés: Vida cancelada.

Mientras miraba la hoja en blanco y me disponía a dar el primer teclazo, pensaba en miles de teclazos anotando el número de bombas y misiles que con fe de bautismo tienen remitente en nombre de la libertad y en nombre de Dios; teclazos tratando de precisar el número de muertos y heridos, ignorando nombres y apellidos; teclazos apresurados queriendo hacer un recuento de los daños, sin poder anotar los verdaderos agravios; teclazos consignando el discurso más reciente, la justificación más flamante, la estupidez más cautivante; teclazos, en fin, intentando reseñar la tragedia y describir la barbarie con adjetivos que no alcanzan y con sustantivos que estorban.

Mientras comía, mientras auxiliaba a mi hija con su tarea de historia, mientras veía a mi hijo preparar su examen de matemáticas, mientras cenábamos en familia, mientras veía las noticias y escuchaba caer las bombas con la nitidez que permite la tecnología, la globalización y el sentido del showtime, mientras repasaba mentalmente los pendientes del día siguiente, mientras… mientras simplemente vivía, pensaba en los cientos de miles de hombres, mujeres, niños y niñas que morían. Y sólo atiné a llorar amargamente.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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