Este reloj perteneció a mi abuelo. De niño yo veía el reloj y me parecía tan alto como una catedral. Igual veía a mi abuelo. Hoy mi estatura es la misma del reloj. Igual, supongo, vería hoy a mi abuelo.
La gran pesa de bronce que mueve la maquinaria del reloj llega hasta abajo, y se detiene el rítmico tic tac. Mas yo no le doy cuerda: espero que lleguen mis pequeños nietos, elevo la pesa de metal y dejo que uno de ellos impulse el péndulo. Se oye otra vez entonces el tic tac, el mismo que escuché de niño, el mismo que mi abuelo oyó.
Amo este viejo reloj que marcó el pulso de la vida de mis antepasados y que acompaña ahora el latido de mi propia vida. "El reloj del abuelo" le decíamos en mi niñez. Mis nietecitos le dicen ahora igual, y el abuelo soy yo. El péndulo acompasa las vidas que antes fueron, las que hoy son y las que mañana habrán de ser. Se irán esas vidas, pero el tic tac de la vida seguirá.
¡Hasta mañana!...