Llega el viajero a Covarrubias, junto al Arlanza, río de romances. Laten aquí leyendas de Fernán González; de doña Urraca, la reina emparedada.
En la colegiata hay una Virgen que nos sonríe y nos presenta al Niño. La tez de la Señora tiene el color del ámbar. El rey mago le ofrece un rico cáliz de oro.
Hay otra dama en este claustro. Su estatua, yacente sobre la tumba en que descansa, la muestra como era, con levedad de flor. Es Cristina de Noruega. Casó con Felipe, hijo de San Fernando, y murió en plena juventud el año de 1262. A mediados del pasado siglo sus restos fueron exhumados. La muerte arrebató el alma de la hermosa, pero no se atrevió a tocar aquel cuerpo sin mácula. Su piel parecía rosas y marfil; esplendía su cabellera rubia. Casi podía verse tras de los párpados de cera el azul infinito de aquellos ojos asombrados por el rápido paso de la vida.
Cuando el viajero deja Covarrubias lleva con él la inquietud vaga de un misterio, el de esta princesa llegada de los opacas lejanías del Norte a la tierra sin sombra de Castilla. En estos páramos el absoluto sol no deja rincón para la fantasía. Y sin embargo...
¡Hasta mañana!...