Yo, mortal dichoso, tengo una biblioteca y un jardín.
Juntos están la una del otro, de tal manera que la biblioteca es como un jardín, y éste como una biblioteca que enseña a veces más cosas de las que se encuentran en los libros.
Abrí ayer por la mañana la cortina del ventanal y hallé que mi jardín estaba anieblado por la niebla. Describir la visión es muy difícil. ¿Quién puede explicar la bruma? Pero digamos algo así como que vino Renoir a pintar un paisaje impresionista en mi casa.
De pronto advertí unos puntos de color en la neblina. De la noche a la mañana habían florecido los rosales. Quienes dicen que la felicidad no puede comprarse con dinero es porque nunca han comprado un cachorro o una planta. Aquellos rosales comprados en el vocinglero mercado de mi ciudad estaban llenos de rosas, súbitas rosas invernizas.
Las corté -temblaba al verlas temblando en el frío de la mañana-, y las puse en un vaso. En el jardín quedó el invierno, y sobre mi escritorio está la futura primavera metida hasta los hombros en el agua, como una muchacha joven en una piscina.
¡Hasta mañana!...