El padre Soárez soñó que hablaba con el Cristo crucificado que estaba en el altar de su pequeña iglesia.
-Señor -decía el padre Soárez-, los hombres vivimos en el peor de los mundos imposibles. Sufrimos enfermedades sin remedio, vivimos en la pobreza y en la fealdad. ¿Por qué Dios Padre no vuelve la vista hacia nosotros y nos hace llegar su compasión?
-¡Pero si nunca deja de expresarles Su amor! -le respondió Jesús-. Cada día mi Padre hace que sea concebido un niño que trae al mundo, apretando en sus manitas diminutas, el secreto para curar el cáncer, o un poema mejor que los de Homero, o una sonata más bella que todas las que Beethoven escribió, o un invento prodigioso que hará más fácil la vida de los hombres, o ese audaz cambio social que acabará con la injusticia.
-¿Y entonces qué sucede? -preguntó el padre Soárez-. ¿Por qué las cosas siguen igual, o cambian tan despacio?
-Bueno -explicó Jesús-, es que a muchos de esos niños ustedes los matan antes de nacer.
¡Hasta mañana!...