San Virila bajó a la aldea esa mañana. Por la noche había llovido torrencialmente, y el río iba crecido. Un niño quedó atrapado en una isleta; las aguas amenazaban con ahogarlo.
Los hombres y mujeres de la aldea, al ver llegar a San Virila, le gritaron con desesperación:
-¡Haz un milagro!
San Virila levantó al cielo la mirada y repitió:
-¡Señor, haz un milagro!
Escuchó San Virila una voz:
-¿Me pides un milagro? Para eso estás tú.
San Virila meditó brevemente esas palabras y luego dijo a los aldeanos:
-¿Me piden un milagro? Para eso están ustedes.
Entonces los aldeanos se unieron en cadena, juntas las manos. Así llegaron a donde estaba el niño y lo salvaron.
-¿Lo ven ustedes? -les dijo San Virila-. Entre Dios y nosotros podemos hacer muchos milagros.
¡Hasta mañana!...