Eran dos líneas paralelas enamoradas una de la otra.
Las líneas paralelas, ya se sabe, no se juntan. Se prolongan, separadas, hasta el infinito. Pero estas dos querían juntarse. Y no en el infinito -¿para qué?-, sino aquí mismo, y ahora.
Aprovecharon una distracción de los matemáticos -hasta los matemáticos se distraen algunas veces- y haciendo un supremo esfuerzo consiguieron fundirse en una sola. Cuando volvieron en sí los matemáticos no vieron ya dos líneas paralelas: miraron una sola.
-Es una recta -proclamaron los matemáticos-. El camino más corto entre dos puntos.
Se equivocaban. En verdad eran dos líneas, juntas en una sola para siempre por el milagro del amor.
Yo digo que todos somos líneas paralelas. Cada uno, solo, prolongaría hasta el infinito su propia soledad. Pero dos soledades que se juntan no son una sola soledad, sino una compañía que puede prolongarse, ahora sí, hasta el infinito.
¡Hasta mañana!...