Llega el viajero a Zamora, en España, y recibe como regalo de bienvenida una leyenda: la de San Julián.
Cazador en su desordenada juventud, Julián asaeteó a un ciervo. Herido de muerte le habló el animal: "-Tú, que me matas, matarás a tu padre y a tu madre''. Julián, espantado, fue a buscar refugio en otro reino para escapar de la tremenda maldición. Ahí casó con mujer bella a la que muchos habían cortejado. Celoso, vigilaba a su esposa día y noche: tenía sospecha hasta del aire.
Los padres de Julián, que por años habían buscado a su hijo, al fin dieron con él. Llegaron una noche a su castillo cuando Julián no estaba. Su joven esposa los recibió feliz y les cedió el mejor aposento de la casa: la alcoba conyugal. De madrugada llegó Julián. Entró en la habitación y a la incierta luz del alba vio dos cuerpos en su lecho. Furioso, los traspasó con un puñal. Así mató a su padre y a su madre. Se había cumplido la maldición.
Julián no quiso ya saber del mundo. Agotó su fortuna en la edificación de una casa para pobres. Ahí encontraban ellos remedio al hambre, al frío y a la enfermedad. Cuidando a esos Cristos -así llamaba Julián a los pobres- se hizo santo. Nos enseñó con su vida que de la más grande maldición puede salir la más grande bendición.
¡Hasta mañana!...