Cayó de pronto, muerto, el mejor halcón del rey.
Cuando se enteró de la noticia el soberano ardió en cólera: ningún otro rey tenía un halcón mejor que el suyo. Así, ordenó que los guardias trajeran a San Virila a su presencia.
-Haz un milagro -le mandó-. Resucita a mi halcón.
-Señor -le advirtió el santo-. Los milagros son cosa de peligro.
-Si no le vuelves la vida a mi halcón -amenazó el monarca- te haré matar y pasaré a cuchillo a todos los habitantes de la aldea.
Suspiró San Virila. Hizo un movimiento de su mano y el azor abrió los ojos con azoro. Había resucita-do. Pero en ese preciso instante el rey se desplomó sin vida.
Explicó San Virila a los presentes:
-Hay en el Universo un perfecto equilibrio. Ni siquiera un milagro lo debe perturbar.
¡Hasta mañana!...