No sé si esta pequeña flor es de un azul que quiso ser blanco o de un blanco que quiso ser azul. Parece que por sus pétalos alguien hubiese pasado un esfumino. Con una luz su color es; con otra luz ya no es.
Junto a ella hace estallar su rojo púrpura la flor de biznaga, y más allá refulge el amarillo sol de un girasol. He oído decir que estas dos flores encienden su color para atraer con él a los insectos y propiciar así el milagro de la fecundación. Si tal es cierto ¿cómo será fecundada entonces esta pobrecita flor de un azul que quiso ser blanco, de un blanco que quiso ser azul?
Quién sabe. Pero cada año la flor vuelve a nacer. En ella se cumple también la maravilla del amor. A ninguna de sus criaturas desampara Dios, ni siquiera a esta pequeña indecisa que casi no se ve. En ella laten igual todas las fuerzas de la vida. Callada, sin gritar como el girasol o la biznaga, ella dice también: "Aquí estoy. Mírame". Y la mira el amor, y va hacia ella.
¡Hasta mañana!...