Me habría gustado conocer a Diógenes, llamado el Cínico. Era hombre muy sapiente. Su sabiduría consistió en no darse demasiada importancia.
Tanta cordura había en él que sus contemporáneos lo juzgaron loco. Un día se plantó frente a una estatua. Se puso frente a ella en actitud de pedir algo, la mano tendida, el gesto suplicante. Quienes lo vieron así se rieron de él.
-¿Le pides a una estatua? ¿Acaso piensas que te puede dar?
Contestó Diógenes:
-No le pido para que me dé, sino para acostumbrarme a que no me den.
Me habría gustado conocer a Diógenes. Sabía que la esperanza que espera demasiado se vuelve desesperación.
¡Hasta mañana!...