Otra vez, igual que tantas veces, se abatió la helada sobre los huertos florecidos. No habrá manzana este año en nuestra sierra, ni habrá duraznos, ni ciruelos.
Maldecirían los hombres en el rancho si tuvieran contra quién maldecir, y llorarían las mujeres si no estuvieran acostumbradas ya a estas desdichas. Una mansa resignación se extiende por el caserío. Habrá menos pan sobre la mesa este año, y nadie estrenará ropa nueva. Los niños, que lo saben, se quitan los zapatos al ir por el camino, y se los ponen sólo al llegar a la escuela.
En estas cosas lo mejor es no preguntar ni hacer reclamaciones. Después de muchos años he aprendido esa sabiduría. "Ya veremos" -digo igual que dicen los demás. Y repito la frase que todos en el rancho conocen de memoria a fuerza de repetirla tanto: "Dios, que manda la helada, también manda la cobija".
¡Hasta mañana!...