Retornó el hijo pródigo a la casa.
El corazón de su padre se llenó de alegría. Hizo que vinieran músicos; sacrificó el mejor ternero del hato; preparó un gran banquete y trajo a muchos invitados a compartir con él su gozo y su felicidad.
Sentó a la diestra a su hijo y le preguntó con los ojos llenos de lágrimas:
-¿Por qué regresaste, hijo mío? ¿Se te hizo muy grave la carga de la ausencia? ¿Sentiste nostalgia por el suelo que te miró nacer? ¿Te desgarraba el alma estar lejos de tus hermanos y tu padre? ¿Ansiabas abrazar a tu madre, la santa mujer que te llevó en su seno y te dio el ser?
-No, -respondió el hijo pródigo-. Extrañaba mi almohada.
¡Hasta mañana!...