Cuando murió Sócrates se cubrió el rostro con el manto para que nadie viera el rictus de su agonía y su dolor.
Cristo, en cambio, murió con los brazos abiertos y en lo alto de una colina, como si hubiese querido que todo el mundo viera sus sufrimientos, su pasión.
La muerte de Sócrates fue aséptica. Tuvo el decoro, la contención, casi la elegancia que hay en los frisos griegos. La muerte de Jesús fue sucia y violenta, horrible, como aparece en las retorcidas tablas de Grunewald. En ella hubo sangre revuelta con tierra del camino, heridas tumefactas, golpes y llagas, gritos de angustia, acerbísimo dolor.
Sin embargo la verdad de Sócrates quedó en los libros, para los filósofos, en tanto que la verdad de Cristo va por el mundo vivificando a los humanos. En la muerte de Sócrates hay muerte; en la de Cristo está la vida.
¡Hasta mañana!....