El Rey le pidió a San Virila que hiciera algún milagro para poder creer.
-¿Qué milagro sería suficiente para vencer tu incredulidad? -le preguntó Virila.
-No sé -contestó el Rey-. Quizá podrías cambiar el curso de ese río.
-Si hago eso -le dijo San Virila-, quizá morirían los peces, se acabaría la vegetación que hay en las aguas, mil pequeñas criaturas perecerían. Debes saber, oh rey, que el mejor milagro consiste casi siempre en que las cosas sigan como están.
El Rey se mantuvo en su incredulidad. Los hombres grandes no saben ver los milagros pequeños.
¡Hasta mañana!...