Leofric, cruel tirano, amenazó a la ciudad de Coventry con imponerle tributos onerosos. Lady Godiva fue a abogar por los vecinos. ¡Eran tan pobres todos, tan humildes! El déspota, orgulloso, quiso humillar a la mujer. Le dijo que no impondría las gabelas si ella cabalgaba desnuda por las calles, expuesta a la mirada lasciva de los hombres.
Lady Godiva cumplió el torpe deseo de Leofric. Su cuerpo esplendía como luciente mármol sobre el caballo, movible pedestal para aquella perfecta imagen de mujer.
Mas sucedió que los hombres entraron en sus casas y cerraron las ventanas y las puertas a fin de no macular con su mirada el noble pudor de la mujer. Ninguno, entonces, salió a ver la belleza de la hermosa.
Al terminar su cabalgata masculló lady Godiva:
-¡Imbéciles!
¡Hasta mañana!...