John Dee apagó su lámpara. Había dado fin a su trabajo de la noche. No. Había dado cima al trabajo de su vida: tenía ya la fórmula para descifrar los enigmas del Universo y explicar todos los misterios que hay en la vida de los hombres.
En la penumbra del alba fue a la ventana y la abrió para que entraran la luz y el aire de la madrugada. Miró en el cielo el último lucero y luego volvió los ojos a la tierra. Por la calle iba la gente a la primera misa. Y sucedió que una muchacha de paso presuroso alzó la vista y puso su mirada en el filósofo. Al mirarlo su andar se hizo más lento y un asomo de sonrisa le amaneció la cara.
Algo sintió John Dee. Algo sintió. Todas las cosas cambiaron de lugar en los aposentos de su cerebro y de su corazón. Se echó encima una capa y salió en busca de la muchacha. Antes de salir rompió y tiró en un rincón la fórmula lograda después de tantos años; la fórmula para descifrar los enigmas del Universo y explicar todos los misterios que hay en la vida de los hombres.
¡Hasta mañana!...