Recuerdo un juego de los llamados de estrado, que se jugaba antes de que la televisión convirtiera el círculo de familia en semicírculo.
Se encendía un cerillo, y se le iba pasando de mano en mano entre los asistentes a la reunión. Aquél en cuya mano se apagaba el cerillo debía cantar, recitar o exponerse a cualquiera forma de leve ridículo que divirtiera a la concurrencia.
Perdone usted mi pesimismo, pero he pensado en ese juego al ver la forma en que ha ido pasando este país de manos de un Presidente a otro en estos últimos sexenios, incluido el actual. Tengo la penosa impresión de que el margen de juego es cada vez más reducido, y cada vez más corto el tiempo disponible para arreglar los más graves problemas que tenemos.
Se antoja preguntar en manos de quién se apagará el cerillo, y cuándo.
Sobre todo, inquieta saber qué terrible fuego se encenderá cuando el cerillo del tiempo se apague y llegue a su final.
¡Hasta mañana!...