Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. En ella están los restos de don Amador. La gente decía de él que no dormía nunca, pues trabajaba de sol a sol su huerto y se pasaba la noche entera en sus lecturas. La luz de su lámpara ardía hasta el amanecer.
Sobre la tumba de don Amador se leen dos palabras: "Vivió. Murió". El propio don Amador redactó ese lacónico epitafio. Ahora, cuando la noche es más de noche y no hay ninguna luz, dice don Amador desde su tumba:
"Es cierto mi epitafio. 'Vivió. Murió'. Igual puede decirse de cualquier hombre, sea lo que haya sido él entre las dos palabras. Pero ahora conozco la verdad. Y esa verdad la puedo declarar con otras dos palabras: "Murió. Vivió". Tengo otra vida ahora que con la muerte comenzó. Nacer es empezar a morir, y morir es un nuevo nacimiento. Nacer. Morir. Dos palabras para escribirse en círculo...".
Hay en el cementerio de Ábrego una tumba. Y hay una cuna en el caserío de Ábrego.
¡Hasta mañana!...