Lo que sucede es que no sabemos ya ver los milagros.
Están en todas partes, nos rodean, van con nosotros como lucientes sombras, nos caen de arriba, nos salen del suelo, los trae el viento desde los cuatro rumbos cardinales.
Para mí el pan en la mesa es un milagro. El amor de los míos es milagro. Tener la vida es un milagro. Poder hablar, y ver y oír son cosas de milagro... Lo demás -detener el curso del sol; partir el mar en dos- es sólo teatro.
El primer día de este mes encendimos la pequeña vela de la Divina Providencia para pedir la casa, el vestido y el sustento. A más de los tres dones pedimos también el de la lluvia. Y vino la primera, después de muchos meses. El jardín se llenó con música de Debussy; resplandeció la higuera como una sulamita recién salida de la alberca.
Cuando dejó de llover vimos la diminuta luz, y era su parpadeo como una acción de gracias en el atardecer, frente a la húmeda ventana.
¡Hasta mañana!...